XLVIII. Fusión Nuclear*

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Pero no.

La bala había dado en el concreto de la pared, a más de diez centímetros por encima de la cabeza de Elena. Una rápida sensación de alivio me llenó, para irse de inmediato cuando mi madre me miró fulminante, exigiendo que acertara.

Y entonces la suerte me sonrió en el mejor momento.

Un sexto lacayo entró apresuradamente y corrió hacia nosotros, gritando —¡Reina! ¡Reina!

No sé cómo es que mi madre no lo aniquiló en ese instante. El hombre se detuvo a pocos metros de ella, jadeando por haber corrido.

—Mi Reina, tengo noticias. Es sumamente importante. Es sobre el asesinato de nuestro Rey. Han encontrado al verdadero asesino.

¿Qué?

Todos los que conocían aquella historia se desconcertaron. Eso había sucedido desde su muerte, hacía diecisiete años.

A mi padre lo asesinó una mujer llamada Olivia, que según fue contratada para cobrarle una venganza a mi madre por parte de un grupo al que el reino había agredido. Por supuesto, esa tal Olivia no duró ni dos semanas viva después de eso. Mi madre se encargó de ello al instante. No había más.

O eso se suponía.

—Más te vale que sepas lo que dices, porque no llegas en buen momento.— le dijo mi madre.

—Lo sé, Mi Reina, pero esto es importante. Olivia no fue la asesina. Hay alguien más. Y la hemos ubicado.

Mis ojos se posaron un segundo en Kyle, que estaba presente también. Su semblante duro e insensible se rompió y dejó escapar una expresión de... ¿molestia? ¿preocupación, quizá? Como si la novedad significara algo para él. Extraño, porque se suponía que él no sabía nada de ello.

En eso, reaccioné. Aquel era el momento perfecto para escapar. O al menos para ganar tiempo.

Dicen que a veces hay que romper las reglas para hacer el bien.

Por mucho que fuera mi madre, nunca le tuve ni de cerca el cariño que Tony le tenía a la suya. La respetaba y apreciaba de cierto modo lo que había invertido en mí, pero sé que no fui, ni sería su prioridad nunca. Siempre ese maldito negocio primero. Yo podría morir y ella lo superaría en dos días.

Sin pensarlo, aún temblando por la angustia, cambié la dirección del cañón de la pistola hacia las piernas de mi madre y presioné el gatillo con mis últimas fuerzas.

Soltó un grito agudo y no me atreví a mirarla. Hubo acción inmediata. Cuatro de los lacayos que estaban cerca se acercaron como relámpagos a socorrerla y el último, pero el más poderoso se dirigió a mí. Kyle tenía la orden implícita de atraparme.

Pero justo antes de que me tocara, recargué, levanté la pistola y apunté a su cara.

—¡Scarlett!— me gritó mi madre. Furiosa como todos los infiernos de todos los universos posibles.

No me moví. Kyle se detuvo, sin apartar sus ojos de los míos. Pensé en mi siguiente movimiento, muy arriesgado, pero al menos tenía más probabilidades de funcionar que cualquier otra cosa que se me ocurriera. Nuevamente, desvié el arma hacia su hombro y disparé, casi segura de que había acertado en algún lugar de su brazo. No esperé para saber si lo había hecho y corrí hacia la entrada del almacén. Mi vida dependía de la velocidad que llevaran mis piernas. Dos lacayos más resguardaban los portones, quienes los habían dejado entreabiertos por la entrada del informante.

Tenía la esperanza de salir, correr hacia el horizonte que se extendía hasta el infinito y no volver jamás a este mundo. Esperanzas demasiado elevadas, por supuesto. Porque poco después de haber cruzado el umbral del almacén, ambos guardias de los portones y Kyle, que ni en sueños iba a ser detenido por una bala azarosa, se me encimaron y me derribaron con facilidad. Había herido a Kyle, pero para él parecía ser como una simple raspadura en la rodilla.

Uno de ellos me golpeó con algo duro en la cabeza y tras una explosión insoportable de dolor, caí inconsciente en la oscuridad.

Uno de ellos me golpeó con algo duro en la cabeza y tras una explosión insoportable de dolor, caí inconsciente en la oscuridad

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La organización tenía un código estricto de no testigos en misiones como aquella. Incluso si se trataba de un niño como el que Jasmine tenía enfrente. Julian sólo cumpliría con ese código, pero en ese momento, Jasmine se sintió responsable hasta el extremo. Iba a asesinar a un inocente. No podía permitir eso.

—Lo siento.— fue lo último que dijo su compañero, antes de presionar el gatillo. O así hubiera ocurrido, de no ser porque Jasmine actuó una fracción de segundo antes, sacando su arma y disparando hacia Julian.

Soltó un alarido tan horripilante que el niño huyó, el criminal se sobresaltó, y la mente de Jasmine se quedó en blanco. Y justo antes de que Julian se volviera, con el infierno en sus ojos, las piernas de la joven Jasmine actuaron por sí solas, volando hacia la salida, a toda velocidad. No tenía idea de qué acababa de hacer, o porqué lo había hecho. Mucho menos de las consecuencias que tendría.

Corrió y corrió por lo que parecieron horas, perdiéndose en la oscuridad. No recordaba a qué hora llegó a casa, quizá al amanecer, quizá tres días después, nunca lo sabría. Esa fue la primera de las incontables huidas que le esperaban a partir de ese día.

 Esa fue la primera de las incontables huidas que le esperaban a partir de ese día

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