IX. Lluvia de Estrellas

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El resto de las horas hasta que dieron las cinco de la tarde transcurren como un sueño que se queda grabado en mi memoria por su belleza. Elegimos una película apocalíptica, tan mala, que a ambos nos terminó doliendo el estómago por la risa. Andrea hizo dos bolsas de palomitas que devoramos en poco tiempo y sacó dos cartones de jugo de frutas que acompañamos en lo que duró la película. Después, dado que mi dolor corporal se había disipado lo suficiente como para moverme de la cama, me levanté y demoré ocho minutos en llegar a la sala, donde ella colocó su consola de videojuegos y me entregó uno de sus controles. Pasamos un buen rato jugando, hasta que el coche blanco de mis padres se asomó por la ventana.

Andrea los recibió, y al instante estaban en la sala. Me alegré de verlos, pues no me había percatado de cuánto los había extrañado. Ellos me hablaron sobre lo preocupados que habían estado, pues habían pasado demasiadas horas sin noticias mías y no parecía haber modo de comunicarse. Traté de darles un resumen de todo lo que había pasado desde la última vez que nos vimos, a lo que escucharon con atención y me prometieron que irían a tomar acciones al instituto, pues la situación no podía quedarse así. Asentí, pero no quería pensar demasiado en eso aún. Andrea trajo mi ropa, que su padre había metido en la lavadora, y ahora estaba perfectamente seca y limpia. Le agradecí, y mi madre sacó una pequeña maleta con ropa cómoda que me había traído.

Me sentí como un niño pequeño cuando me arrastró hasta el cuarto de Andrea nuevamente, y me ayudó a cambiar la ropa que me habían prestado por mi querida pijama de franela con estampado de planetas. Mientras, me comentó con un tono de disculpa que tras dejarme en casa, se tendrían que ir unas horas, pero volverían lo más pronto posible. Cuando pregunté por qué, mi madre mencionó que se habían encontrado nueva evidencia del caso que debía supervisar, y que mi padre tenía que ir a firmar contratos con clientes importantes. Por lo que me sugirió invitar a la casa a Alex, quien no vivía muy lejos, para que me asistiera si necesitaba algo.

El caso. Había olvidado por completo aquel tema. Me pregunté qué evidencia habrían encontrado, y si tendría oportunidad de averiguarlo.

Cuando salí, me sonrojé ligeramente de vergüenza por mi apariencia. Una vez que junté todas mis cosas, pedí permiso a Andrea para pasar al baño antes de irme. Por toda la conmoción que el beso había causado en mí, casi había olvidado lo magullado que estaba. Casi, pues mi cuerpo me lo recordaba constantemente. Pero no había visto mi estado real.

En cuanto mi mirada se cruzó con la de mi reflejo en el espejo, me sobresalté. Tenía un aspecto fúnebre. Mi cabello estaba desordenado y esponjado, mi cuero cabelludo aún ardía por el jalón que le había dado Marco. Bajo mis ojos había unos círculos oscuros como el cielo de la madrugada, rodeados por gigantescos hematomas, que contrastaban con mi piel, dando la ilusión de que estaba mucho más pálida de lo que realmente era. Mis pupilas estaban rodeadas de decenas de venitas rojas, y en la esclerótica de mi ojo izquierdo había una enorme mancha colorada. Por todas las galaxias, ¿cómo es que Andrea se había atrevido a besarme en este estado?

Me atreví a desabrocharme unos botones de la camiseta de la pijama. Mi pecho y brazos estaban mucho peor. Parecía que me había dado una hemorragia mortal debajo de la piel. Tenía dos pequeños puntos de sutura en mi costado izquierdo y mi piel parecía haberse secado en vida. No me quería ni imaginar como habría quedado antes de que me llevaran al hospital. Mi aspecto era tan malo, que podría servir de evidencia para acusar a Marco de intento de asesinato.

Salí del baño unos minutos después. Mi padre me tomó cuidadosamente del brazo y me llevó hacia la puerta. Me despedí de Andrea a distancia, pues mis padres estaban presentes. Ellos le agradecieron nuevamente y yo le entregué una última sonrisa cómplice, que me devolvió. Durante todo el camino de regreso a casa, miré la ventana, rebobinando una y otra vez mi memoria hacia el beso. Estaba emocionado por hablarles acerca de lo que había pasado a mis amigos, quienes no sabían nada aún.

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