LXI. Tiempo

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Aparté la mirada del cielo bruscamente. Me levanté y me pegué al muro como rayo, asomando un poco la cabeza para ver lo que Wendy veía.

Tardé unos segundos en verlo, pero ahí estaba. Un camión de remolque, enorme. Apenas podía verse la parte frontal, donde se encontraba el conductor. Entrecerré mis ojos y me concentré en el inferior de una de sus puertas laterales. Una franja roja, no muy ancha, desgastada y sucia, que cualquiera confundiría con una pegatina corriente.

—Debemos acercarnos más. Vamos, allá.— Jasmine señaló una furgoneta estacionada y vacía, una decena de metros antes del camión.

De pronto, no encontré la fuerza para hacer que mi cuerpo se moviera. Aún seguía sin creerme que de verdad iba a hacer esto. Era demasiado. Me sentía como en un sueño, como si supiera que en el fondo esto no era real, y estaba en algún lugar dormido, a salvo. Pero no. Era muy real. Como el tirón de muñeca que me dio Wendy cuando Jasmine vio la oportunidad de salir.

Mis primeros pasos fueron errantes, y sonoros. Puse un buen esfuerzo en callarlos, aunque eso implicara más riesgo de caerme. Sentí como mis lentes comenzaron a resbalar hasta casi caer de mi cara, poco antes de llegar al escondite. Estaban en la punta de mi nariz cuando nos agachamos detrás del vehículo blanco. Los subí con un toque en el puente.

—Vigilen que nadie venga por ese lado. Yo me encargo de ver acá.— susurró Jasmine.

Giré mi cabeza hacia el frente, observando paranoicamente cada centímetro de mi campo de visión. Estaba desierto, era la mitad de la madrugada, pero aún así, me dio la sensación de que nuestra presencia ya no era un secreto. Pasaron quizá un par de minutos que para mí se sintieron como días enteros. Jasmine regresó al escondite de golpe.

—¿Qué pasa?— susurró Wendy, asustada.

—Casi me ven. Espero que no lo hayan hecho. Si fue así, y alguien se acerca, corremos hacia la parte donde estuvimos hace rato, ¿entendido?— los dos asentimos. Mi corazón latía tan rápido y tan fuerte que opacaba mis pensamientos enloquecidos. —Están descargando mercancía. Y son las mismas bolsas que había en el departamento, en cajas. Supongo que van a tardar un rato. Las están llevando a algún carro del otro lado de esa esquina, si no me equivoco.

Estábamos en el medio del estacionamiento, iluminado muy débilmente por las farolas que lo rodeaban, con una furgoneta siendo nuestra única protección. Ella, junto con otros siete vehículos, estaban en el lugar.

—Pero veo que las cajas son cada vez más grandes. Y sólo son dos, el que está recibiendo y el conductor. Va a llegar un punto en el que ambos tendrán que irse para llevar una caja muy grande. No sé que tan lejos esté a donde sea las lleven, pero este es el plan. Cuando ambos se vayan, vamos a correr hacia las llantas frontales, nos vamos a esconder detrás del parachoques, y cuando vuelvan por otra caja y se vayan, nos vamos a meter, ¿entendido?

—Pero, ¿y si van a vaciar el camión?— pregunté.

Jasmine volvió a asomarse.

—Esperemos que no.

Me puse en cuclillas. Las yemas de los dedos de mi mano derecha estaban contra el suelo, lo más listo posible para correr. Respiré hondo, en silencio, con la mirada en el asfalto. Intentaba calmarme, para no colapsar a medio camino.

Podía oír la respiración agitada de Wendy, ansiosa. Más minutos pasaron. Jasmine no se había movido ni un milímetro. Las pantorrillas comenzaban a dolerme, y mi corazón simplemente no iba a ralentizarse. Apreté la mandíbula para poder aguantar.

"Vamos, puedes hacer esto." me dije.

—¡Ahora!— exclamó Jasmine en un susurro. Y como si acabara de hacer un extenso y complejo calentamiento, se echó a correr sin hacer el más mínimo sonido.

Una Estrella MásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora