XXIX. Colisión

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A la mañana siguiente, llegué temprano a la clase de Lengua. Tomé un asiento junto a la ventana de nuevo. Me agradaba estar ahí. Pocos minutos después, el aula se empezó a llenar de alumnos riendo y hablando. Entre ellos estaba Wendy. Me acerqué a ella en cuanto la vi.

—Ayer ya no terminé de decirte, pero ¿recuerdas que te pregunté si podía leer tu novela?— dije, tras saludarla. Asintió con la cabeza —Bueno, sigue en pie. No importa si está en primeros borradores. Quizá hasta te pueda dar algunas observaciones, como lector.

Sonrió, halagada. Luego se descolgó la mochila y sacó un bonito cuaderno azul. Me lo entregó, y me sorprendí al percatarme del formato.

—¿Escribes a mano? Creí que la tendrías en un documento en la computadora.— comenté mientras lo recibía.

Desvió la mirada mientras se reía. —Lo que pasa es que siempre se me ocurren ideas o de repente me dan ganas de escribir en lugares... digamos poco habituados para escribir. Entonces cargar una computadora no suele ser práctico.

—¿Y no te preocupa no tener un respaldo o algo por si pierdes el cuaderno?

Sonrió de manera irónica. —Demasiado, pero no soy lo suficientemente organizada para pasarlo a la computadora. Supongo que es un riesgo que estoy dispuesta a asumir.

Me reí. Bajé mi mirada a la pasta del cuaderno. Pese a que tenía los bordes desgastados, parecía que Wendy se esforzaba para cuidarlo. De repente, me sentí como si estuviera recibiendo una pieza delicada de museo.

—Gracias.

—No, gracias a ti por el interés.— respondió. —Ojalá te guste.

—Bueno, con la muestra de ayer, dudo que no lo haga.— le sonreí amistoso. Ella soltó una risilla. —¿De qué se trata?

Miró a su alrededor, pensativa.

—¿Has leído El Principito?— asentí. —Bueno, trato de hacer algo similar. Una historia sencilla, pero con un trasfondo profundo.

El profesor entró al salón, haciendo que tuviéramos que cortar la conversación e irnos a nuestros asientos. Pese a que en aquella clase se iba a tocar un tema importante para mi desempeño académico, no pude resistir el impulso de comenzar a leer en ese mismo momento.

Abrí el cuaderno. Un tenue y agradable olor a tinta me llegó a la nariz. Me tomé un instante para apreciar los trazos que le daban un relieve notorio al papel. La narración, en tercera persona, empezaba desde la primera página. Observé la caligrafía: pequeña y clara, pero con bastantes tachones y rastros de corrector por todos lados. "Capítulo Uno: Luz de estrella" estaba escrito en la parte superior con tinta rosa. Antes de comenzar mi lectura, hojeé el cuaderno. Una sonrisa se plasmó en mi rostro al leer los títulos de los demás capítulos: Estrella de Neutrones, Nebula Planetaria, Supergigante Roja, Agujero Negro Supermasivo. Ese último me recordó al nombre de una canción de Muse. ¿Le gustaba aquella banda? Todos los capítulos tenían nombres de astros o fenómenos astronómicos.

Leí cinco de los nueve capítulos que llevaba escritos antes de que terminara la clase.

La historia giraba en torno a una niña pequeña, de unos siete u ocho años, que acababa de perder a sus padres, pero trataban de ocultárselo con verdades muy disfrazadas. Aún así, la niña parecía estar consciente de que sus padres estaban muertos, por una razón que todavía no explicaba. No tenía hermanos ni amigos, por lo que se la pasaba sola. Sin embargo, no le afectaba en absoluto. Disfrutaba de la soledad. La niña amaba dibujar, en especial a un superhéroe que existía en su imaginación. Dibujaba escenas donde rescataba personas de monstruos que habitaban en su mente también. Seres mitológicos que había visto alguna vez en un libro de cuentos infantiles. Wendy narraba su día a día, de manera muy sencilla, pero tenía razón: detrás había un profundo contexto que el lector tenía que intuir por las pistas que se dejaban en la narración. Me estaba gustando bastante.

Una Estrella MásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora