XIII. Estrella Fugaz*

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Desde aquel día en el parque, una extraña obsesión por ver las manos de las personas se había apoderado de Jasmine

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Desde aquel día en el parque, una extraña obsesión por ver las manos de las personas se había apoderado de Jasmine. Y no había sido en vano. Algo estaba sucediendo. En muchos de los lugares a los que iba, sentía como si alguien la vigilara y poco después notaba el anillo de matrimonio en alguna persona.

Definitivamente eran ellos, las personas de las que tanto quería escapar. Jasmine había pasado noches enteras buscando una razón alternativa para que la buscaran y la vigilaran. Había encontrado una: el maletín. Esos papeles arrugados que guardaba tenían información tan letal para ellos, que era mucho más probable que fuera eso lo que buscaran, y sospechaban que Jasmine los tenía. Después de todo, ella era la confidente de la autora de esa información, la madre de la pequeña de los rizos caoba.

Tomó la decisión de pretender, de dejarles pistas falsas que indicaran que ella no tenía nada que ver. Ya lo había hecho una vez y al parecer había funcionado. Durante unas semanas, su plan aparentó ir bien. Esa sensación de ser vigilada disminuyó, los anillos dejaron de ser tan frecuentes y Jasmine se fue relajando poco a poco.

Pero un día, una caja con muchas envolturas llegó a su apartamento. Contenía un pequeño sobre, elegante y ostentoso. Muy de la época victoriana. Dentro del sobre, descansaba una hoja con una frase escrita en ella, a mano y con letra cursiva.

"Entrégalos y puedes seguir con tu vida." decía la nota.

Scarlett miraba la ventana junto a nosotros con una sonrisa nostálgica

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Scarlett miraba la ventana junto a nosotros con una sonrisa nostálgica. Como si recordara algo que la hiciera sentir bien, lo que me hizo sonreír sutilmente a mí también. Tal vez, al final había pasado lo que tenía que pasar. Quizá haber besado a Scarlett y aceptado una cita con ella no había sido algo malo.

Me intentaba convencer de ello. Andrea tenía razón. Yo nunca le prometí ni le dije nada. Fue un simple beso.

Estábamos esperando nuestra comida, en una mesa cerca del ventanal de un restaurante ubicado en el centro comercial cerca de mi casa. Mis padres me habían permitido salir con ella de manera sorprendentemente fácil, advirtiendo que no regresara muy tarde, pero sin demasiados "no te vayas a ir a otro lado", "te pones suéter" "no coman chatarra" como solían hacer.

—¿En qué piensas?— pregunté, rompiendo el silencio y mirándola.

Tras un silencio que me pareció muy largo, conectó su mirada con la mía y dijo —En que realmente no nos conocemos tanto como deberíamos...

Me miró esperando una respuesta, hasta que respondí sonriente —Bueno, pues hablemos sobre nosotros.— me tomé un segundo para pensar en algo con lo que iniciar la conversación. —¿Cuál es tu recuerdo favorito de la infancia?

Soltó una carcajada y comenzó a hablar. Me relató una ocasión en la que había roto un vidrio con una resortera sin querer. Me reí con ella, y conforme fuimos intercambiando anécdotas y recuerdos de la infancia, mis preocupaciones y sensaciones negativas se fueron disipando. No me di cuenta en qué momento nuestros platos quedaron vacíos.

—Me da mucha ternura que te lleves tan bien con tus papás.— comentó, después de contarle acerca de la vez que tomé tequila a los ocho años pensando que era refresco y ellos no me regañaron, como mi yo infantil se temía. Estaba por agregar más detalles, pero me interrumpió. —Y... ellos, ¿en qué trabajan?— preguntó, con un dejo de inseguridad en su voz que me desconcertó.

—Mi papá es traductor y mi mamá es detective. ¿Y los tuyos?— dije, tras un instante de silencio.

Su sonrisa se borró lentamente, y miró el tenedor con el que jugueteaba desde hace rato. Por un momento, me preocupó que pudiera haber tocado un tema sensible.

—Son... algo así como emprendedores amateur.— dijo, y soltó una risita. Sin añadir más, desvió el tema nuevamente hacia mi familia. —Es admirable que tú y tus papás sean tan unidos, ellos deben ser personas muy ocupadas.

Desvié la mirada hacia una servilleta arrugada. No había sido consciente de ello, pero estaba esperando la oportunidad de poder hablar de aquello con alguien.

—A veces... últimamente ha sido un poco diferente...— inicié tímido, tras un segundo de dudar qué tan seguro era decir esto. —Mi mamá ha estado muy metida en un caso suyo, que ha hecho que mi papá también tome su distancia. No lo sé, siento que... me siento un poco excluido...— me interrumpí. Me temí que pudiera dar demasiados detalles sobre el caso de mi madre.

Cuando me volví hacia ella, su expresión me desconcertó. De cierto modo, tenía la expectativa de que tendría el rostro suavizado y comprensible, lista para dar apoyo moral. Pero no. Estaba esperando más información, como si le estuviera contando sobre un producto que quisiera comprar. Supuse que necesitaba saber más. Dudoso, elegí mis palabras con cuidado.

—Porque el caso que tiene parece muy difícil. Entiendo que tenga más trabajo de lo normal, pero... no sé. Ojalá la pudiera ayudar.— expliqué, distraído. Abrió la boca para decirme algo, pero el tono de llamada de su celular irrumpió en el ambiente.

Me hizo una señal para que esperara un momento, y sacó su teléfono. Sin embargo, cuando posó sus ojos en la pantalla su expresión se tornó... asustada. Me pregunté quién sería, pues sabía que no podían ser unos padres molestos, ya que por la diferencia horaria, los suyos estarían dormidos. Contradije esos pensamientos recordándome que no sabía mucho más sobre ella que lo que me había contado.

Shit...— susurró para sí misma. —Tony, cariño, en serio lo siento muchísimo pero no puedo quedarme. Toma, para que pagues mi parte, luego me das el cambio.— dijo. Dejó un billete en la mesa y me miró justo antes de levantarse. —De verdad, perdón. Quería ir a ver una película contigo, pero... ¡ah! Es un asunto familiar. Luego te cuento, ¿sí?

Se acercó a mí tras tomar sus cosas y me plantó un corto, pero decidido beso en los labios, que como no podía ser de otro modo, me paralizó y evitó que recordara preguntarle si todo estaba bien. Cuando se separó, clavó sus bellos ojos en los míos y esbozó una dulce sonrisa.

—Me encanta que seas tan tímido.— susurró a pocos milímetros de mi oído, que estaba ardiendo junto con toda mi cara. Se alejó rápidamente, mientras exclamaba un sonoro "¡Te quiero!"

Tardé tanto en reaccionar que ya no alcancé a responderle. Mantuve la vista en el camino que había recorrido, con una sonrisa pegada a la cara. Pero esta se deshizo cuando me pareció ver al mismo hombre corpulento de la bolsa negra que había visto en la escuela semanas atrás, parado en la puerta del restaurante, al parecer esperando a Scarlett. Quise ver más, pues aquello me intrigó demasiado, pero antes de que pudiera, un mesero bloqueó todo mi campo visual, diciendo algo sobre la cuenta y la forma de pago. Cuando me hice a un lado para poder ver, ninguno de los dos estaba ya ahí.

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