XXIX. Universo Observable

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José Luis se quedaba a clases de dibujo. Eran las cinco de la tarde y el aire de febrero estaba frío como el hielo seco. Me enfundé en la chamarra negra de invierno y acompañé a Scarlett a la parada, donde estaba Natalia esperándola, como siempre. Me despedí de ella y en lugar de sentarme a esperar el camión, volví a entrar al campus. Necesitaba hacer algo antes de irme, y este era el momento perfecto.

Sentí empatía por Zacarías, pero esta no duró mucho. Una culpa me había invadido, un sentimiento de responsabilidad por haberlo juzgado. Hasta que un breve recuerdo me soltó una bofetada repentinamente. José Luis solía contar anécdotas de su vida sin ton ni son, un detalle que todos adorábamos de él, pues las relataba de una manera muy divertida.

Alguna vez, mientras estábamos en la cafetería, hablando de un viejo juego de computadora que la mayoría de nosotros conocía, el español dijo que le traía mucha nostalgia, pues lo jugaba con su hermano.

—Zac y yo estábamos locos por esa peña. No tenía ni un mes que había salido, y nosotros ya lo habíamos acabado cuatro veces.— había dicho con una sonrisa.

Yo también había sido un obseso de ese juego, pero curiosamente, había salido cuando yo tenía siete años. Y Zacarías tenía la misma edad que yo.

¿No había conocido a su hermano hasta mucho después?

Me puse a pensar en ello mientras le daba vueltas a la alberca. ¿Había sido una pequeña incoherencia causada por recordar mal sin querer? Pero Zacarías no podría olvidar un detalle tan importante como la edad a la que conoció a su hermano. Quizá Scarlett había cometido un error al relatar la historia. ¿O es que había algo más ahí?

Luego, otro recuerdo llegó a mi mente. Otro día, en los robles, Jorge había comentado cuánto terror le provocaba la idea de trabajar en servicio al cliente, pues el verano anterior había sido contratado en un puesto temporal en una taquilla de cine y se había llevado una experiencia muy mala. José Luis se rió, agradeciendo que nunca había tenido que trabajar en su vida.

Una evidente contradicción en el relato de Zacarías.

Aunque también podía ser que a José Luis no le agradaba revelar su pasado. Sin embargo, más recuerdos comenzaron a llegar a mi mente, y varios contradecían a Zacarías. Además, si su familia había tenido problemas económicos tan graves hace un par de años, mandar a ambos hijos a un intercambio en otro continente –que no resultaba nada barato, aún con una beca– no sería una prioridad para la mayoría de personas.

Tardé un buen rato en llegar a una conclusión que podía ser un poco arriesgada: la historia que Zacarías le había contado a Scarlett no era del todo cierta. Era una hipótesis precipitada, sí, pero la sensación de que todo ello podía ser una farsa me obsesionaba.

Para saberlo, me paré frente al viejo edificio de la facultad de artes en la universidad. Compré un jugo en una maquinilla de despacho junto a este y me dispuse a esperar a mi amigo. Pasados quince minutos, la imponencia de José Luis se asomó en una de las aulas. Inmediatamente que me vio, corrió en mi dirección.

—Chaval, pensé que ya te habías largado.— dijo cuando me alcanzó.

—No, salí un poco tarde de natación y vine a buscarte.— mentí.

Caminamos de regreso a la parada hablando sobre trivialidades. Me dijo que ese día se iría en la misma ruta que yo, pues iría a visitar a un amigo que vivía cerca de donde yo habitaba. Mejor. Hacíamos una hora desde la escuela hasta mi casa. El camión llegó rápido y nos subimos. Tomé el asiento de la ventana, mientras pensaba cómo sacarle el tema sin ofenderlo ni entrometerme demasiado.

—¿Cuánto tiempo hacemos hasta tu casa?— preguntó dejando la mochila en la repisa que estaba sobre mi cabeza.

—Una hora.— respondí distraídamente.

Una Estrella MásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora