XLIV. Cinturón de Kuiper

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No corrí tras ella después de eso. Me levanté y me di media vuelta, exhausto de tantas emociones. Si bien lo que había dicho me hizo enojar, había algo de razón en sus palabras. Éramos adolescentes, las relaciones eran efímeras, los sentimientos también. Me encontraba en una burbuja, de cierto modo, fascinado por aquellas historias dramáticas y llenas de emoción que contaba la ficción.

Pasé el resto de la hora libre con mis amigos. Afortunadamente, casi siempre estaban alegres cuando lo necesitaba. Jorge nos enseñó un video con el que nos reímos tanto, que el asunto de Carolina había pasado a segundo plano. Se mantuvo así hasta mi última clase de aquel viernes primaveral. Lengua.

No pude hablar mucho con Wendy durante la clase, pues ese día teníamos evaluación. Pero teníamos que quedarnos a terminar el último avance del proyecto semestral: una obra teatral. Ella y yo, junto con otra compañera, éramos los encargados del guión. Por desgracia –o fortuna–, la otra chica había dicho que no se podía quedar de última hora. Así que sólo estábamos Wendy y yo.

Después de avisar al entrenador de natación que no iría a clase, me apresuré a llegar a la biblioteca, donde había quedado de verme con ella. Cuando llegué, Wendy ya estaba sentada en una de las salas de estudio, tecleando algo en su laptop. Entré y me senté frente a ella. Al cerrar la puerta, la pequeña habitación se quedó en silencio. Dado que ni siquiera habíamos empezado, teníamos mucho trabajo que hacer.

Hasta la actualidad, aquella tarde es uno de mis recuerdos favoritos.

Teníamos que tener el guión completo para el día siguiente, y no teníamos ni idea de qué trataría la obra. Pero la facilidad con la que desarrollábamos la historia, que mis compañeros arruinarían con sus pésimas actuaciones, era sorprendente. Cuando a mí se me ocurría una idea, ella la completaba. Yo corregía las suyas, ella reinventaba las mías, y poco a poco, fuimos construyendo una historia de fantasía magnífica. Terminamos con unas hojas llenas de garabatos, otras rotas y otras arrugadas en el piso. Las cuatro horas que nos demoramos en terminarla pasaron desapercibidas para ambos.

Hubo un momento en el que los dos estábamos en el suelo, mirando el techo de la habitación. Nos reíamos a carcajadas de una escena que daría tanta pena ajena en la presentación, que nos sentimos mal por nuestros pobres compañeros que actuarían.

—Deberíamos hacer una colaboración algún día. Nos llevaríamos un Nobel.— bromeé mientras me levantaba para guardar mis cosas.

—Pero ya me imagino cómo lo destrozarían cuando le hicieran película. Justo como harán con este guión.— respondió.

—Ya quiero ver la escena del beso. O bueno, no, no sé si lo voy a soportar.

Los dos nos echamos a reír. Ella iba a decir algo, cuando la bibliotecaria nos advirtió que ya estaban por cerrar y que debíamos irnos. Obedecimos, dirigiéndonos a la parada del autobús, siguiendo con la conversación. Olvidamos por completo ver la hora. 7:15 de la noche. El último camión salía hasta las nueve.

Así que regresamos al instituto, y nos sentamos en una de las pequeñas áreas verdes cerca de la parada. Nos quedamos en silencio unos segundos, que ella rompió después.

—Por cierto, ya no te pregunté ¿cómo te fue con Carolina?

Solté un suspiro cansado. Le conté lo que había pasado aquella mañana. Aún sentía remordimiento.

—¿En serio te dijo eso?— dijo casi sin creerlo cuando terminé de hablar. Asentí. Ella desvió la mirada, negando con la cabeza.

—No sé... ¿crees que debería habérselo dicho antes o...— pregunté, sin percatarme de que nunca había tenido la confianza de expresar mis dudas en voz alta con nadie, a excepción de Alex.

Una Estrella MásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora