XXX. Supercúmulo Galáctico

423 53 5
                                    

Aquellas románticas sensaciones no duraron mucho. Las cosas volvieron a tensarse.

Tres días después, había salido a comer como normalmente lo hacía, a la cafetería, con mis amigos. Cuando llegué, Natalia, Alex, y la chica que venía con él aquel día, Violeta, ya estaban ahí. Escuchaban a Alex, quien parecía estarles contando una anécdota. Me senté y me uní a la conversación. Esa historia ya me la sabía. Era la de aquella vez que su madre casi lo corre de su casa por llevar un perro que había encontrado de regreso. A mi amigo le encantaba ponerle emoción a esa historia, para expresar qué tanto le importaba la protección de los animales.

Así, pasaron más de veinticinco minutos. Jorge llegó, Bruno y José Luis también. Andrea pasó a saludar. Incluso me saludó a mí también, sin forzar nada. Pero no había señal de Zacarías y Scarlett. Me extrañé mucho. En realidad, Zacarías no me importaba tanto, pues él solía excluirse del grupo, pero Scarlett nunca hacía eso.

En una de las pausas que se hicieron en la conversación grupal, pregunté:

—Oigan, ¿alguien ha visto a Scarlett? ¿O saben si está en algún lado? Ya me preocupé.

Natalia sonrió. —Siempre me ha parecido súper lindo cómo te preocupas por ella.— dijo con ternura. —Pero respondiendo a tu pregunta, no. La verdad no la he visto desde la mañana que nos venimos.

Pasé mi mirada sobre los demás, esperando alguna respuesta diferente, pero esta no llegó. Mis amigos negaron con la cabeza. Así que me levanté, anunciando que iría a buscarla.

Salí de la cafetería, pensando en si me había visto excesivamente preocupado. Quizá estaba estudiando, o le había salido algo en ese momento. Aún así, quería saber por qué no había ido con nosotros. Luego, una idea me asaltó. ¿Y si estaba con Zacarías? Sabía que aunque fuera así, eso no debería alterarme demasiado, pero por alguna razón, la sospecha de su mitomanía, su personalidad extraña o el aura incómoda que lo rodeaba me hicieron buscarlos alrededor de la escuela. A los pocos minutos, aquellas sensaciones culminaron en celos.

Recorrí las mesas que estaban frente a ambos edificios de aulas, eché un vistazo al gimnasio y a la alberca, y caminé por los pasillos que llevaban a los salones de clase. Sin embargo, no encontré nada. Había decidido ir hasta la universidad, cuando a medio camino hacia allá, vislumbré el cabello anaranjado de mi novia en las gradas de las canchas de fútbol. Me dirigí hacia ella, y me disponía a gritar su nombre, pero algo me detuvo. Los sollozos de Zacarías. Entonces sí estaba con él.

Me acerqué silenciosamente a ellos por detrás y oí al chico llorando. Scarlett lo abrazaba y le daba palmaditas en la espalda. Mis celos aumentaron. Pero ni en sueños iba a interrumpir un momento como ese. Alex tenía razón. Yo no podía sacar conclusiones de la vida de un chico al que apenas conocía. Por lo que opté por irme de ahí sin hacerme notar y volver a la cafetería. ¿Qué habría pasado?

Natalia preguntó por su amiga en cuanto volví. Pero no quise dar explicaciones.

—No, no la encontré.— respondí.

***

Los días siguieron pasando. En uno de ellos, mientras entraba al gimnasio, un murmuro llamó mi atención. Una risilla lo acompañaba. Todavía tenía quince minutos antes del entrenamiento de básquetbol, así que quise ir a ver qué pasaba. Mala decisión. El ruido me condujo hasta un pequeño cuarto de limpieza con la puerta entreabierta. En ella, había dos personas, un chico y una chica, aparentemente. En seguida deduje lo que estarían haciendo. Incómodo, comencé a alejarme de ahí, pero uno de los dos que estaban ahí dentro me vio. Era la chica. Reconocí sus zapatos. Los botines marrones con tacón que Carolina siempre traía.

Una Estrella MásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora