LXII. Luz Zodiacal

428 46 3
                                    

De golpe caí en cuenta: ¿De verdad había arriesgado mi vida por venir aquí? Quizá todo esto sólo haya sido un poco de suerte, algo que no volvería a pasar. ¿Cómo diablos íbamos a regresar? ¡Ni siquiera sabíamos dónde estábamos! No había señal y ya casi amanecía. ¡Los investigadores iban a pensar que me había pasado algo! Por todas las estrellas del maldito universo, ¿por qué había aceptado venir?

No podía creer que de verdad pensé que sólo por unas cuantas pistas iba a llegar mágicamente a dónde tenían a mis padres. Ya habían pasado casi dos días. Claro que no estaban bien, claro que nosotros terminaríamos en algo como esto. No podía creer que había sido tan estúpido.

Mi mirada se quedó en el horizonte, desolado, silencioso, y aterrador. ¿Por qué esos idiotas no me llevaron a mí? Al menos mi madre tendría más idea de cómo encontrarme.

La puerta del camión se abrió, Jasmine se puso a un lado y nos ordenó —Suban.

Wendy subió primero, con cuidado. Allí dentro había un desagradable olor a cigarro y a sudor. El asiento continuo, que abarcaba hasta la otra puerta, podía albergar a cuatro personas.

—¿Y si el conductor estaba haciendo alguna parada?— preguntó Wendy cuando Jasmine cerró la puerta tras de ella.

—Dijo que tenía que estar ahí cuatro y quince. Creo que una parada lo hubiera retrasado.— se opuso Jasmine.

—Falta poco más de media hora. Todavía tenía tiempo.— respondió.

Un inevitable nudo de dolor se había arraigado en mi garganta, quitándome toda la fuerza para hablar o moverme. Iba a perder a mis padres y no había nada que pudiera hacer.

No me di cuenta cuando mi respiración comenzó a hacerse más pesada, por la indescriptible furia que me comenzaba a carcomer. ¡Mi madre sólo servía a la justicia! ¡Era honesta! ¡Era una buena persona! ¡Y mi padre también! Era un buen hombre que pagaba sus deudas, trabajaba duro y amaba a su familia.

Igual que la familia de Wendy.

¡Ellos no habían hecho nada malo! ¡Al contrario! Y terminaron asesinados, por la misma bola de imbéciles. Tenía ganas de gritar, de golpear a la perra que se hacía llamar Reina, hasta dejarla inconsciente, de hacerla pagar por todo lo que había hecho. ¿Cuántas familias no destruyó? ¿Cuántas vidas no habrá arrebatado por algo tan estúpido como el poder y el dinero? ¿Cuántas veces no se habrá salido con la suya?

Yo nunca había tenido creencias demasiado religiosas, pero en ese momento, mi mayor deseo era que el infierno existiera y que de verdad fuera tan horrible como lo pintan, para que gente como ella se pudriera ahí dentro, y sufriera tanto, que prefiriera rogarle perdón de rodillas a los que lastimó, que estar un segundo más ahí.

Sin poder pensar, mi mano actuó por sí sola, y con toda la fuerza que tenía, le tiré un golpe al asiento, que no se inmutó, pero mi puño contra la piel sintética del asiento resonó por toda la cabina. Jasmine y Wendy se volvieron un poco asustadas hacia mí. No dijeron nada por unos momentos. Luego, Wendy volvió a su posición original y se dirigió hacia mí.

—Entiendo perfectamente cómo te sientes, Tony. Es por eso que estamos haciendo esto. No quiero que te pase lo que me pasó a mí. ¿Y sabes qué? Cuando logremos sacar a tus papás vamos a exponer tanto a esa escoria, que ni ofreciendo toda su fortuna podrán escapar.— el tono de Wendy sonaba igual de rencoroso y vengativo que el puñetazo que le había pegado al asiento. —Jas, prende las luces del camión.

Jasmine obedeció. Movió algo junto al volante y los faros del vehículo iluminaron varias decenas de metros alrededor de nosotros.

Pero no había nada más alentador. Sólo lo que ya habíamos intuido. Campo y más campo. Ninguno comentó nada acerca de ello. El silencio, que cada vez era más tortuoso, fue roto por unos golpes secos en la puerta junto a Jasmine.

Una Estrella MásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora