L. Supergigante Azul

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Siempre tuve la costumbre de comparar cuando escribía

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Siempre tuve la costumbre de comparar cuando escribía. Sobre todo con la naturaleza: las estrellas, el cielo, el mar, el viento o el fuego. Los ojos de Tony me recordaban a las estrellas supergigantes azules. De esas que tienen la energía suficiente para iluminar miles de años luz de oscuridad a su alrededor.

Justo ahora, sus ojos me miraban con auténtica preocupación y deseo de ayudar. A pesar de que, juzgando por su aspecto y el de su sala, parecía que él tampoco la estaba pasando bien.

Demoré unos minutos la explicación que le debía. Mi respiración agitada aún me impedía hablar y pensar con claridad decente. Aún me costaba asimilar que ya estaba a salvo. Me sentía como una intrusa en la casa de Tony, sin embargo, él no me había recibido como tal. Todo lo contrario, parecía dispuesto a escucharme y hacer algo por mí. Así que comencé a relatar lo ocurrido, entrecortado, torpe, sin demasiado cuidado de qué decía.

La razón por la que había llegado a la casa de Tony de esa manera inició cuando salí de mi último examen final.

Como toda buena introvertida, quería pasar un tiempo a solas para celebrar el inicio de las vacaciones. Por lo que, en lugar de dirigirme a mi apartamento cuando bajé del autobús como debía, me desvié a mi viejo escondite: una construcción abandonada desde donde se podía ver gran parte de la ciudad. A veces iba ahí cuando quería escribir con audífonos, pues Jasmine, la mujer que había cuidado de mí desde aquel horrible día, estaba totalmente en contra de que los usara. Decía que me iba a quedar sorda de tanto usarlos.

Tenía varias nuevas ideas para mi novela que me había dado Tony. Una sensación agradable me inundó al pensar en él. Nunca me había sentido tan conectada con alguien como con aquel chico. Desde que había mostrado ese genuino interés en lo que yo escribía, no pude evitar entusiasmarme cada vez que me encontraba con él. A diferencia de la mayoría de personas con las que convivía, las conversaciones entre Tony y yo fluían como agua cristalina en un río. Parecía que nos conociéramos de toda la vida.

En el primer momento que se me acercó, creí que me pediría ayuda con algún proyecto o tarea que implicara redacción. Así habían empezado muchas amistades efímeras que había tenido a lo largo de mi vida, que se terminaban en cuanto Jasmine y yo huíamos del lugar. Sin embargo, cuando elogió mi cuento y preguntó si tenía más escritos, sentí un calor agradable en el pecho. Había dedicado todo mi tiempo libre a la creación de historias desde hacía muchos años, y aunque nunca había pensado en compartir mis obras abiertamente, el interés que mostró me hizo sentir valorada, lo que hizo que de inmediato me sintiera cómoda con él.

Me senté en los ladrillos apilados que usaba como silla, en el piso más alto de aquella construcción, que era el lugar que ofrecía la mejor vista. Abrí el cuaderno azul y comencé a escribir y tachar, de una manera tan natural que la realidad se desvaneció en pocos minutos. Las palabras se formaban en el papel tan fácilmente, que resultaba armonioso.

Estuve horas allí. Cambiando una y otra vez de posición, incluso llegando a estar tirada en el suelo cubierto de cal. No me di cuenta en qué momento me adentré tanto en lo que estaba escribiendo, que me quedé dormida, soñando cosas extrañas relacionadas a la pequeña Lynn, la protagonista de mi novela.

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