XXII. Vía Láctea

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Había dormido poco más de dos horas la noche anterior al primer día de mi cuarto semestre, pero terminé el quinto libro de Juego de Tronos, una de las sagas que más me he tardado en leer. La somnolencia apenas me permitía percibir la realidad. Después de regresar de Helsinki, me había dedicado a tres cosas: leer, sentarme horas en el patio a intentar ver las constelaciones que nunca encontraba y jugar videojuegos

Eran las siete de la mañana y la nueva profesora de Historia Universal hablaba muy animada acerca de lo que íbamos a ver en ese curso. Miraba fijamente la fecha escrita en el pizarrón para no quedarme dormido: 23 de enero. 23 de enero. 23 de...

Casi me estampaba contra la paleta del pupitre, cuando la mujer encargada de las inscripciones entró en el aula, con alguien detrás de ella. Saludó a la profesora, e hizo pasar a un chico de estatura media, cabello castaño claro, piel muy pálida, y unos gélidos ojos grises. Su suéter café y su vestimenta de estilo anticuado causaron unas risas apenas audibles al fondo del aula. El chico caminó lento, con la mirada baja y sin un solo gesto en su rostro. La palabra sombrío lo describía muy bien.

—Hola, buenos días, chicos. Espero que la hayan pasado muy bien en sus vacaciones.— empezó a decir la mujer de inscripciones. Hablaba como si fuéramos de preescolar. —Hoy les traigo una sorpresita. Como saben, todos los años, la institución hace un concurso para alumnos extranjeros, y su compañero, proveniente de España, se ganó una beca para estudiar aquí el resto de su preparatoria.— dicho eso, se volvió hacia el chico. —Preséntate, hijo.

Miró rápidamente a todos un segundo antes de hablar tímido con un acento español notablemente marcado.

—Eh, hola a todos, mi nombre es Zacarías, pero me podéis llamar Zac si preferís. Como seguramente habéis notado, soy español, de Barcelona. Em... y espero poder llevarme bien con todos vosotros.

El grupo miraba curioso a Zacarías, quien, a juzgar por el tono que había usado, parecía bastante incómodo. Un asiento detrás de mí estaba disponible, en donde la profesora le indicó que se sentase. Él obedeció. Zacarías aparentaba ser inexpresivo y frío, pero aún así, decidí hablarle, para que no se sintiera como un extraño. Me volví y le dije en tono cordial:

—De España, ¿eh? Suena interesante.

Esbozó una minúscula sonrisa y respondió —Sí.

Creí que ya no diría más. Estaba a punto de volverme al frente, cuando dijo —¿Cómo te llamas?

—Antonio. Pero puedes llamarme Tony.

—Mucho gusto, Tony.— dijo frío. Y con eso finalizó nuestra primera conversación.

Me volví. Retomé el pensamiento que había tenido cuando Zacarías mencionó su ciudad de origen. Me pregunté cómo la habría pasado Andrea en aquel lugar.

***

Zacarías me había pedido ayuda para encontrar el aula de la siguiente clase, que coincidía con la mía, y con la de Scarlett. Ella me recibió con un fuerte abrazo inmediatamente que me vio.

—¡Hola! ¡Te extrañé tanto, mi niño!— exclamó. Luego miró a Zacarías. —Oh, hola. ¿Quién es tu nuevo amigo?

Abrí la boca para presentarlo, pero él se me adelantó. —Hola, me llamo Zacarías. Soy de Barcelona. Puedo ver que tú tampoco eres de aquí. ¿De dónde eres?

—Inglaterra. Londres. Llegué aquí el año pasado.

—Oh, otra europea. No me lo esperaba.

Scarlett soltó una risita. —Supongo que ya conoces a mi novio, Tony. Él también es mitad europeo.

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