XXXVIII. Polvo Cósmico*

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Por alguna razón, la turista se había sentido tan conmovida por la niña, que insistió en acompañarla al hospital

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Por alguna razón, la turista se había sentido tan conmovida por la niña, que insistió en acompañarla al hospital. La búsqueda continuó, hasta dar con los doscientos pasajeros que iban en el vuelo, estuviesen vivos o no.

Ahora, la pequeña yacía en una de las incómodas camas de un hospital en la ciudad de Tijuana, México. La turista, cansada pero dispuesta, había accedido a dar la cara como familiar de la pequeña, pues seguramente sus padres o quién sea que la acompañara habrían fallecido en el accidente.

La niña abrió los ojos al segundo día.

—¡Por fin! ¡Mi amor, habíamos estado tan preocupados por ti! ¿Cómo te sientes?— exclamó la mujer al verla.

Pero al notar la cara de incredulidad de la pequeña, cayó en cuenta de que esta no la conocía.

—Discúlpame, nena. Me llamo Carmen. Sé que no sabes quién soy, pero puedes confiar en mí...

No encontró qué más decir, para su propia sorpresa. Carmen era una joven maestra de primaria, bastante querida por sus alumnos. Siempre sabía qué decirle a los niños. Pero esta pequeña no había cambiado su expresión confundida.

Una enfermera entró, y al ver cómo Carmen buscaba qué decirle, le informó que la niña era neozelandesa y no hablaba español. Con su inglés poco practicado, intentó repetirle lo que le había dicho. Sin embargo, lo primero que preguntó la niña fue por una tal Jasmine. Carmen supuso que era su madre. Le pidió a la enfermera que la buscara entre los pasajeros, rogando porque hubiera sobrevivido.

La pequeña no lo sabía, pero una segunda pérdida la hubiera devastado.

Carmen preguntó por su nombre.

Tímidamente, la pequeña respondió. —Wendy.

El profesor seleccionaba nombres al azar para levantarse y leer en voz alta el cuento que había dejado como proyecto parcial

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El profesor seleccionaba nombres al azar para levantarse y leer en voz alta el cuento que había dejado como proyecto parcial. Cuando terminé de leer mi horrible narración, el profesor me miró dudoso y supuse que me puso el mínimo aprobatorio por compasión. Me senté y dirigí mi mirada a la ventana, pensando en mirarla y perderme en ella hasta que terminara la clase, pues los cuentos de mis compañeros no habían sido mucho mejores que el mío y no me interesaba demasiado oírlos.

Una Estrella MásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora