XXXIV. Entropía

392 50 11
                                    

José Luis miró a su hermano confuso e incrédulo. —¿Qué?pudo decir solamente.

—Me gusta Scarlett.— repitió el menor.

—¿Estás de coña?— dijo su hermano.

Zacarías se volvió molesto hacia él. —¿Tengo cara de estar de coña?

José Luis no dijo nada. Seguía tratando de descifrar qué clase de broma le estaría jugando su hermano ahora. Parecía muy serio, pero solía esforzarse por parecer así para que su víctima realmente se tragara la broma.

—No entiendo porqué me tendría que causar gracia.— dijo José Luis, en un intento de ver de qué estaba hablando Zacarías.

—Porque no tiene la intención de causarte gracia.— respondió el menor aún más serio.

El otro chico lo analizó un momento. No podía creer que su hermano fuera tan estúpido para creer que tenía alguna oportunidad. Zacarías simplemente era demasiado inteligente para una idea tonta como esa.

—Estás consciente del problema tan gordo que te estás buscando, ¿verdad?

—¿Por qué problema?

—Zac, por favor. De las miles de chicas que hay ahí afuera, ¿de verdad tuviste que fijarte en ella?

Su hermano se quedó callado, esperando a que siguiera con su sermón. José Luis lo hizo.

—Para empezar tiene novio...— se interrumpió al oír como Zacarías soltaba una risa irónica y decía:

—Eso no es un problema.

José Luis se detuvo y tomó a su hermano de la muñeca, poniéndolo de frente a él y comprendiendo lo que pensaba hacer. Lo miró autoritario.

—No, ni se te ocurra, no es una opción. No os vais a liar.

—¿Y quién me lo va a impedir? ¿Tú?— le respondió rebelde y burlón.

José Luis puso los ojos en blanco. —No se trata de quién te lo vaya a impedir, imbécil. Se trata de respeto. Tony llegó primero, lo siento. Búscate otra chica.

—Järvinen me la suda, no quiero otra chica.

José Luis se molestó ante la actitud infantil de su hermano. Era verdad que Zacarías nunca había sido empático, sensible, ni mucho menos, pero no podía llegar a eso. Y él no se habría preocupado de las palabras de Zacarías, de no ser porque sabía que él hallaría una manera de hacer caer a Scarlett. Era impresionantemente capaz. Subestimarlo era un terrible error. El mayor levantó el puño y le dio un golpe en la cabeza al menor.

—Pues ni modo, te quedarás con las ganas porque no le vas a poner un dedo encima.— dijo el mayor, molesto.

Zacarías se acarició allí donde había caído el golpe y puso cara de niño regañado. José Luis no se conmovió ni un poco, eso ya se lo sabía.

—Jose, por fin me enamoré de alguien. No me va a ser fácil fijarme en otra, tú me conoces.— hizo una pausa y utilizó un tono tan sincero que su hermano nunca le había escuchado, lo que hizo sentir incómodo al mayor. —Nunca me había sentido tan vivo como ahora. Siento como si ella fuera lo único que me mantiene cuerdo, la necesito, y mientras más tiempo pase, esto se va a volver peor. La quiero y la necesito conmigo, o no sé qué me vaya a pasar.

Siempre había dicho cosas raras, sin embargo, aquello rompió cualquier récord. Pero a pesar de la convicción que mostraba, Zacarías sabía la verdad y el silencio de su hermano no hizo más que confirmárselo. El que Scarlett estuviera tan enamorada de Tony era un obstáculo, uno grande. Y qué tanto la apoyaban sus alrededores. No iba a ser nada fácil. ¿Y si no lo lograba? Una lágrima salió de los fríos ojos de Zacarías, y estaba a punto de soltarse a llorar, cuando sintió una mirada detrás de él. Miró por encima del hombro y se encontró con lo que en su mente era su mayor enemigo, con esos ojos azules que tanto detestaba, con aquel chico que haría desaparecer si tan sólo pudiera. Antonio los miraba directamente, y al español le preocupó que pudiera haber escuchado algo.

Una Estrella MásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora