Epílogo.

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---Dashia está adentro, está con la niña, necesito a todas las unidades esperando órdenes para entrar.

Dashia Scott se encontraba de nuevo en la misma situación, prisionera de una banda de secuestradores, solo que en esta ocasión su papel era un poco distinto.

Ian Morat, quien en unos pocos meses se uniría a Dashia para toda la vida, escuchaba con atención el micrófono que se le coloco a su amada antes de entrar al escondite. Ian dirigía la operación desde fuera.

Meses antes Dash ingreso a su unidad como la detective Scott, sin embargo cuando el escuadrón antisecuestros que Ian dirigía comenzó la operación para rescatar a la pequeña Maite Sáenz, Dashia no dudó ni un segundo en ofrecerse para ser la infiltrada a la organización.

--- Estás completamente loca si crees que voy a permitir que hagas esto.--- Le fulminó Ian con la mirada en cuanto las palabras abandonaron su boca.

--- ¿No me considerás capaz?--- Cuestionó con expresión herida.

--- Eso no es importante.

--- Entonces ¿qué lo es?--- Y ante el silencio añadió.--- ¿Es porque soy mujer? ¿Soy joven? ¿Soy nueva?

--- Es porque temo perderte.--- Le interrumpió Ian.

Dashia destenso sus hombros y se relajó en su asiento, el hombre del otro lado del escritorio que ahora desviaban su mirada al computador frente a él, había arriesgado su vida antes por ella y ahora ella quería meterse en la boca del lobo de nuevo.

--- ¿A caso eres adicta al peligro? Soy un imbécil si te dejo hacer algo así otravez, ya te lleve conmigo cuando fui por Kenny y fue un completo error.

--- ¿Para que me apoyaste con esto si ibas a tratar de detenerme en todo momento?

--- Dash, sé que tomaste la capacitación necesaria, sé que tienes el coraje y la valentía, pero si está en mis manos detenerte, siempre lo voy a hacer.

--- Solo quiero un voto de confianza.--- Pidió la chica con voz suplicante pero firme.--- y quiero que me lo des tú.

--- Mi confianza siempre la tendrás.--- Dijo sujetando sus manos sobre el escritorio de madera que los separaba.

--- No puedes ser tan egoísta para impedirme hacer esto, no se trata de ti ni de mi. --- Lo veía firmemente a los ojos.

---¿Qué mierda les voy a decir a tus padres?

Sin embargo la idea de infiltrar a Dashia como miembro de los secuestradores no era una opción para nada viable, su complexión era pequeña, tierna y parecía débil. Jamás hubiese pasado por secuestradora con esos brillantes ojos verdes y sus rizados cabellos rubios. Así que la única opción era fingir su secuestro.

Bastaron unos cuantos sobornos para que Dashia fuera secuestrada nuevamente.

Sus manos temblaban en el asiento trasero de aquella camioneta. Concentró toda su atención en el trayecto que seguía la camioneta en la que viajaba con los ojos cubiertos.

Esperaba que nadie notará el micrófono que le colocaron entre las ropas, ni el arma que escondía en su bota o el rastreador en la hebilla de su cinturón.

Un par de horas después llegaron a un lugar y la camioneta se detuvo. Dashia permanecía alerta aún a pesar de su falta de visión. Una mano la sujetó por el brazo y la guío casi a rastras hasta una habitación oscura.

Dashia recordaba la vez anterior, la real, invocaba con vehemencia los recuerdos, los sentimientos, la sensación, el miedo.

Cuando se vio liberada de la mordaza comenzó a gritar desesperada, a golpear la puerta a correr a buscar una salida que sabía que no existía. Estaba oscuro y frío, el hombre que la guío a la habitación cerró la puerta tras él y la dejo en la oscuridad.

El bello síndrome de estocolmo. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora