Capítulo 26

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Si me pides fuego, arderá todo. Yo no sé amar de otra manera.

—David Sant.

Haytan Landec

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Haytan Landec

Estaba harto de escucharlos, de verlos regodearse en las cosas que le habían hecho creyendo que yo apoyaba la sandeces que habían hecho. Pero sonreí, no porque me agradara la situación, sino porque estaba más que ansioso por el desenlace.

Sus carcajadas me hastiaban, me hacían querer matarlos en ese preciso momento, pero me contenía, porque yo no sería quien acabaría con ellos, de eso se encargaría la mujer que había conquistado mi oscuridad con solo sonreír aun sabiendo que estaba rota por dentro.

Esa mujer había captado mi atención por la luz que irradiaba, pero me había amarrado el día en que me dio la que pensaba sería su ultima sonrisa. Esa sonrisa que salió sin que pudiese evitarlo mientras se desangraba, mientras la vida se le iba de sus manos.

—¿No es así, majestad? —asentí sin saber de qué demonios hablaba y la forma en la que me llamó solo hizo que me irritara más.

Odiaba que me llamaran de esa forma, me hastiaba a niveles desorbitantes pero la única opción era fingir que no me molestaba.

—Señor, se dice que una criatura custodia al reino desde la oscuridad de las mazmorras debajo de la fortaleza —mi atención fue hacia el hombre con ciertas canas en su cabello castaño, a diferencia de los otros tenía más kilos de los que alardear por lo que supuse que ya no estaba en las filas del ejército.

—Así es —contesté simple —¿La quieren ver? —les di una sonrisa maliciosa que no supieron interpretar.

Los cuatro hombres se levantaron de los sofás de la sala de la fortaleza y me recordé mandarlos a quemar en cuanto acabara con ellos. Les indiqué el pasillo y saqué mi teléfono para marcarle a ella.

—Hola —su dulce voz se escuchó del otro lado y yo observé con rabia a los hombres delante de mí.

—Te veo en la fortaleza —luego colgué al ver como los hombres se detenían frente a la puerta.

Les hice un ademan para que pasaran y así lo hicieron. Con una sonrisa patee al hombre que estaba frente a mi haciendo que todos cayeran por las largas escaleras amontonándose al pie de estas como los sacos de mierda que eran.

Me recosté de la pared en el umbral observándolos hastiados desde arriba.

—Tienen suerte de que no sea yo quien acabe con ustedes —los cuatro hombres me observaron con el pánico plasmado en cada una de sus facciones —porque tengo tantas formas de hacerlos sufrir que no terminaríamos hoy.

Bajé las escaleras hasta posicionarme frente a ellos y me deleité con el miedo que sus seres desprendían.

—Ahora, los quiero en el fondo y de rodillas —susurré.

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