Capítulo 31

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Porque somos fuego, y aun así amamos la lluvia.

—Torrancek
La escritura es cultura

—¿Y por qué tiene que venir alguien más a hacerlo? —cuestionó moviéndose de un lado a otro en la habitación —fuimos claros en lo de que nadie supiera que estabas de regreso

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—¿Y por qué tiene que venir alguien más a hacerlo? —cuestionó moviéndose de un lado a otro en la habitación —fuimos claros en lo de que nadie supiera que estabas de regreso.

—No lo entenderías —susurré apretando las sábanas.

—Claro, si no me lo explicas ¿Cómo? —solté un suspiro antes de acostarme por completo en la cama.

—Cuando tu oscuridad entra en mi queda algo, como si fuese una enfermedad y luego de que te sanas quedan las complicaciones, con él no queda nada, a penas es perceptible su esencia en mí, por favor Haytan —él gruñó molesto antes de salir de la habitación dando un portazo.

Luego de nuestras extrañas confesiones Haytan me preguntó que quien había sido, pero simplemente me quedé callada dejándole saber que no quería que se involucrara en esto. Ambos acordamos no decirle ni siquiera a mi hermana que había vuelto evitando que esa persona se enterara de que yo aún estaba viva.

Luego de ello me pidió una vez más que lo dejara curarme y luego de negarme y mencionarle a Mails se puso colérico alegando que nadie más que él debía hacerlo. Pero luego de tanta insistencia terminó cediendo.

Pasado media hora un Mails totalmente asustado pasó por la puerta principal con el cabello totalmente despeinado, como si se lo hubiesen jaloneado.

—Señorita Elin —saludó y yo fruncí el ceño ante lo que me estaba contando.

—¿Señorita? —pregunté con el ceño fruncido.

—Si, señorita —sus ojos se abrieron como platos y varias muecas aparecieron en su rostro.

Yo solté una leve risita que se convirtió en una carcajada al ver a Haytan de brazos cruzados detrás de él.

—Acércate, chico, no te va a morder.

—A morder no, a pegarme sí.

Mails se intentó acercar, pero la loba le mostró los dientes gruñéndole con fuerza.

—Bien, ya me agrada tu nueva mascota —Haytan pasó junto a Mails y se sentó en el sofá de la habitación cruzado de brazos —adelante, flacucho, has que mi mujer se recomponga, ya quiero follarla —las mejillas de Mails se tornaron del mismo color que las mías y ambos miramos al piso incómodos.

El chico se acercó a mi cuando le hice señas a la loba de que todo estaba bien, se agachó a mi lado y con manos temblorosas me sostuvo el rostro.

—Te dejaron hecha mierda —susurró.

—¿Crees que se quiten? —pregunté en un hilo de voz.

—Fueron hace varios días, por lo que no sé, pero lo intentaré.

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