Capítulo 29

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Me apagué un poco, pero me volví a encender, porque yo siempre puedo, siempre pude y siempre podré.

—Anónimo

—Emocionalmente débil —el hombre trajeado se paseó alrededor de mi cuerpo y no queriendo que me viera destruida me levanté

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—Emocionalmente débil —el hombre trajeado se paseó alrededor de mi cuerpo y no queriendo que me viera destruida me levanté.

Su mirada se paseó por todo mi cuerpo a penas cubierto por la ropa interior y sonrió.

—Asquearías a cualquiera que te viera así —y lo entendía.

Yo apestaba, tenía sangre seca por todo mi cuerpo al igual que un montón de hematomas que contrastaban con la blancura de mi piel.

—¿Sigues sin ceder? —cuestionó metiendo sus manos en los bolsillos de su pantalón – doblégate a mí, arrodíllate y todo será más fácil.

—Has cometido el peor error de tu vida —le dije irguiéndome en mi lugar —mataron lo único que me importaba y ahora no tengo absolutamente nada que perder.

—¿Y qué vas a hacer? —rio —tu única opción es hacer lo que te digo.

—Por favor, nunca me arrodillaré ante ti, porque yo tengo un solo rey y se llama Haytan Landec al único al que me le arrodillo, al único al que me someto y lamentando el caso tú no eres Haytan Landec —sus ojos me miraron furiosos ante mis palabras —te falta demasiado para ser como él y no pienso bajar de un cien a un diez.

Su mano impactó contra mi mejilla, pero aguantando todo lo que pude me mantuve de pie con una maldita sonrisa.

—Uy, no me esperé que usaras la agresión a falta de argumentos.

Él intentó golpearme otra vez, pero me alejé evitando que su mano hiciera contacto con mi rostro.

—Te juro por todo lo existente en este maldito universo que te veré de rodillas, te haré pagar cada golpe, cada cortada que marcó mi cuerpo y te vas a arrepentir de haberme subestimado.

—Claro, porque piensas salir de aquí, piensas que te quitaré las cadenas y tranquilamente dejaré que vuelvas a tus tierras.

—No pensaba pedirte permiso —aseguré.

—¿A si? ¿Y como pensabas salir?

Antes de que pudiese contestar un rugido se escuchó fuerte y claro afuera de la celda. Rugido de una bestia que conocía muy bien.

—Bien, creo que ahí tienes tu respuesta.

El pánico arremetió en todo su ser y empeoró cuando crucé mis manos sobre mi pecho para luego bajarlas con fuerza llenándolas de fuego.

—Hiciste mal en subestimarme.

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