Capítulo dieciocho

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Pasaron cerca de tres días después de la llamada de Alyssa, ya no estábamos en Verona. Habíamos emprendido un viaje por carretera hasta Florencia. No me fui de la ciudad sin antes ganarme un nuevo enemigo. Romeo no quedó muy contento con mi visita, él tenía la sospecha de que algo tramaba y yo sabía que ellos escondían un oscuro secreto, detrás de esas buenas intenciones.

Stephano estaba inquieto. Regresar no era una de las mejores opciones, pero no teníamos otra.

—Tranquilo, todo estará bien— le dije a Stephano tomando su mano la cual estaba en mi regazo.

—Regresar no fue la mejor opción— comentó sin apartar la mirada del camino.

—Lo sé, pero no teníamos una mejor.

—Si tan sólo escucharas a los ángeles— apretó mi mano con fuerza.

—Y lo haré, pero primero necesito saber qué es lo que trama mi padre.

—Aunque te diga, sé que no entrarás en razón— dijo con tono molesto.

Me conocía bien. Ya que cuando me empeñaba en descubrir algo, no descansaba hasta saberlo. Además tenía muy presente mi objetivo más importante: descubrir quién era el asesino de mi madre.

Después de unas tres horas de carretera con vista de casas rústicas y paisajes dignos de la toscana llegamos a Florencia. La cuidad ya no era tal y como la recordaba, había cambiado, así como muchas cosas lo hacen. Pero si cerraba mis ojos podía recordar cómo era. Con sus olores tan peculiares y las personas que todos los días miraba. Stephano nos llevó a una casa. Al verla me pareció muy familiar. Era su casa.

—Bienvenida a casa— dijo al estacionarse afuera.

—Esta es tu casa— reaccioné sorprendida, estaba idéntica a como la recordaba, hasta el más mínimo detalle. Era una casa de tres plantas, la cual podría ser un edificio de departamentos, en la época actual. De color blanco, conservaba sus ventanales de madera y su techo original con tejas. En la entrada principal estaba colgado el candil de bronce que tanto me gustaba. Pero lo que más me sorprendió fue que Stephano tuviera en el balcón de la habitación principal, único de la casa, varias macetas con mi flor favorita. Peonias, de diferentes colores. Él me regaló una peonia la primera vez que salimos juntos y mi ramo de novia estuvo hecho de esa flor.

—Sí, pero también es tuya ahora— me tomó de la cintura y me dio un beso en la mejilla.

Sonreí

—Recuerda que siempre lo ha sido, al igual que mi corazón— susurró a mi oído.

—Creo que será mejor entrar.

Bajamos las maletas, Gonzalo nos ayudó también. Stephano repartió las habitaciones, él me dijo que dormiríamos juntos, ya que la casa sólo tenía cuatro habitaciones y esperaba la visita de otras personas. Estaba segura de que se trataba de Alyssa y Carlo o probablemente se acostumbró a dormir conmigo.

Subí a la recamara, la habitación era enorme, casi del tamaño de un departamento. Dejé las maletas y me recosté en la cama. Estaba hecha de roble y la cubría una tela casi transparente. A un lado de ella había dos mesas de noche, con una lámpara cada una. Justo sobre el medio de la habitación colgaba un enorme candelabro color dorado. Al entrar estaba una pequeña sala de color hueso, que combinaba a la perfección con todo lo de la habitación. Adjunto a ella teníamos un baño, un estudio y armario del tamaño de mi antigua habitación en el departamento de Stephano. Cuadros hechos al oleo con imágenes antiguas de Florencia estaban colgados por la habitación.

Miraba hacia el techo. La casa aún olía al viejo perfume de Stephano, las sábanas igual. Me senté en la cama, la tomé con mi mano y las olí. Él entró a la habitación.

—Creo que puedes olerme mejor a mí— se rió

—Que gracioso— respondí con ironía.

—Sabes que no lo digo en serio. A menos que si quieras olerme— se acercó a la cama, se subió sobre mí y comenzó a besarme. Primero fue lento, después se convirtió en un beso apasionado. Acariciaba mis piernas. Sentía que aparecía fuego en las zonas que él tocaba. Estaba nerviosa, pero me gustaba lo que hacíamos. Era la primera vez que estaba segura que quería hacer el amor con Stephano.

—Te amo, Mary Elizabeth— sonrió de manera pícara

—Yo también te amo Stephano, pero creo que no deberíamos hacerlo, esta mi hermano en la casa— lo detuve

—No, se fue a recorrer la ciudad.

— ¿Se fue solo?

—Sí— recargó sus manos en la cama.

— ¿Qué pasa si se encuentra con Dante o alguien más?

—No te preocupes, no lo reconocerán. Además él sabe cuidarse solo— dijo al besarme de nuevo con suma pasión.

—Stephano— lo interrumpí de nuevo, estaba segura, pero estaba todavía más nerviosa.

— ¿Sí?

—Estoy nerviosa, quiero hacerlo, pero no lo he hecho antes.

Rió

No era gracioso

—Lo has hecho

— ¿Lo hice contigo? — reaccioné sorprendida, no recordaba haberlo hecho con él.

— ¿No lo recuerdas?

—No. Creo que debes de haber sido muy malo, como para que una chica no recuerde su primera vez— me reí

—No lo creo, lo que pasa es que mi hechicera es muy olvidadiza — me besó el cuello —pero en un segundo la haré recordar— pasó a mis mejillas y después a mis labios, en los cuales se detuvo por mucho tiempo.

Con sus manos empezó a desabrocharme la blusa que traía puesta. Yo con mis manos le quité la camisa y desabroché sus jeans. Él me quitó la falda. Quedando ambos solamente en ropa interior. Dejó de besarme, sonrió y volvió a besarme de nuevo.

Conforme me besaba, sentí que algo crecía entre nosotros. Al minuto ya estábamos desnudos. Empezó besándome los labios, continuó a la barbilla, después el cuello, bajando a mis pechos, en los cuales paró un par de minutos. En mi interior existía toda una revolución con respecto a la manera en como esto se sentía, la cual, no podía describir con palabras. Descendió a mi vientre, aún llenándome de besos. Enredé mis piernas alrededor de su cintura.

—Haré esto con mucho cuidado—

Cuando menos pensé estaba dentro de mí. Dolió, pero también se sentía bien. Me aferré a las sabanas.

—Si te duele, podemos parar

Le negué con la cabeza. Él continúo haciéndolo. Con mis manos lo abracé, enterrando mis uñas en su espalda. A los minutos experimenté una explosión en mi interior. Estaba segura que él también, pero recordé que los ángeles caídos no podían sentir. Lo besé en los labios.

—Te amo, Mary Elizabeth.

—Yo también Stephano— dije sin mirarlo a los ojos —Stephano ¿si no puedes sentir, cómo disfrutas esto?

—No lo hago.

— ¿Qué? — me senté de inmediato y me tapé con las sábanas.

—Escúchame— estaba tranquilo. No es la típica conversación que tienes con tu amado después de entregarse a la pasión

—Está bien, habla.

—No puedo sentir o disfrutar de besarte o hacerte mía. Pero cada vez que estoy contigo imagino una sensación de cómo sería cada vez y eso es lo que me hace subsistir.

—Entonces, imagina la sensación de esto— lo besé.

—Maravilloso—sonrió — ¿Qué tal recordaste?

—No— reí—creo que necesito un poco más para recordar.

—Semi esposa ¿Qué es lo que eres?

—Algo que amas, que tú has creado— lo besé con pasión, él me correspondió el beso.

Oscura NocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora