Capítulo veintinueve

9 2 0
                                    



Desperté en la que era mi habitación a inicios del siglo XX. Todo era exactamente igual a como lo recordaba, nada había sido cambiado. Cortinas aterciopeladas color vino que cubrían un ventanal que iba desde el techo hasta el suelo, mi cama hecha de madera de roble, estaba cubierta por una fina tela, casi transparente. A un lado de la ventana estaba una mesa para té junto con dos pequeños sofás. Al pie de mi cama un baúl. Toda la habitación estaba decorada con pinturas, que seguramente fueron hechas por mí.

Me levanté de la cama y comencé a ver a mi alrededor. Traté de acercar con magia el cepillo que estaba en el tocador, pero no pude, era imposible. Toda la casa tenía un acceso restringido a la magia. ¿Cómo era posible que en una casa de hechiceros no se pudieran utilizar sus poderes?, ¿qué era lo que estaba planeando papá?, ¿Por qué no quería que los utilizáramos?

Caminé lentamente hasta la puerta, la abrí con cautela y pude ver a Amos y Argus parados haciendo guardia. No quería que escapara, por eso era su prisionera. Tenía que convencerlo que no escaparía, así tendría más libertad, y poco a poco ganar su confianza para descubrir sus planes. Volví a cerrar la puerta con el mismo cuidado de no ser descubierta.

Al darme la vuelta vi que Jeremiah yacía sentado en mi cama.

—Vaya, ya despertaste— sonrió

—Jeremiah— corrí a abrazarlo, él me correspondió el abrazo— ¿Cuánto tiempo estuve dormida?

—3 días

— ¡Qué! — grité

—Sí, de no haber convencido a papá para darte la pócima para contrarrestar el Somnum liquidum, seguirías dormida.

— ¿Él sabe que estás aquí?

—No. Sólo sabe que te lo di, pero no sabe que ya estás despierta, tal vez dentro de algunas horas venga.

—No quiero ni verlo — me senté a un lado de él — ¿Sabes lo que hizo?

—Por desgracia, sí. Lo siento por no poder avisarte, pero después de la última vez que salí mando a sus fieles súbditos a estarme vigilando y ya no pude decirte lo que planeaba hacer.

—Lo que más me sorprendió fue cuando vi a Gonzalo aparecer a un lado de él.

—Gonzalo tampoco trama algo bueno y estando a un lado de papá menos— se pasó la mano por el cabello—Llegó un día presentándose como la reencarnación de Jerome, papá lo metió a su despacho y estuvieron platicando por horas. Cuando salieron él lo abrazaba y sonreía, después le dijo a Piero que lo llevara a la torre y que ahí lo esperara. Después de que se fueron ya no supe que pasó, pero ahora todo tiene sentido.

—Ahora entiendo el tatuaje de Gonzalo.

— ¿Tiene tatuado el escudo de la Orden?

—Sí, pero el de él tiene un ojo en el centro.

—Ya es parte de la Orden, pero está con los reencarnados.

—Jeremiah, tienes que explicarme muchas cosas.

—Lo sé, Mary Elizabeth, pero este no es el momento— se levantó de la cama —Primero tienes que convencer a papá que estás de su lado, para que te de libertad y los gemelos chupasangre no estén detrás de ti todo el tiempo.

No puede evitar reír por la palabra que utilizó. Él rió conmigo. De pronto, la perilla de la puerta comenzó a girar.

—Alguien viene, será mejor que me vaya—desapareció.

La puerta se abrió y vi como cruzaban mi padre, junto con los gemelos versión vampírica.

—Me alegro que ya hayas despertado, hija mía— su tono fue dulce digno de un padre preocupado. Podría engañar a cualquiera, menos a los que estábamos en la habitación en ese momento.

¿A quién quería engañar?

Le sonreí falsamente.

—Estarás aquí en la casa, tu deber es estar aquí con los tuyos, no con el enemigo.

Quería responderle que el enemigo era él, pero no podía. Tenía que estar callada y obedecer en lo que fuera a decirme.

—Te quedarás aquí en la que era tu recámara

—Sólo quiero pedirte una cosas padre— sonreí

— ¿Qué? — arqueó una ceja

—No quiero que me estén vigilando— señalé a los gemelos —y no quiero estar encerrada como si fuera un delincuente.

—Tendrás que demostrarme que eres merecedora de mi confianza— recalcó la palabra confianza.

—Está bien— estaba decidida a hacer lo que fuera necesario — ¿Qué es lo que tengo que hacer para que me creas?

—Quedarte aquí, no irte y decirme que hiciste con el libro, claro cuando recuerdes— bufó con las últimas tres palabras

Lo miré fijamente.

—Lo único que recuerdo del libro es que lo destruí hace un siglo.

—No— negó con la cabeza —yo sé que lo escondiste— se acercó —no serías capaz de destruir algo que tu madre te dio— se inclinó y me miró directo a los ojos.

—Lo haría, si pone en peligro el bienestar de los demás— le sostuve la mirada

Me miró con frivolidad. Me tomó de las mejillas apretándolas con fuerza.

—Sé que no lo hiciste y si sabes lo que te conviene cuando lo recuerdes me lo dirás— me soltó con brusquedad.

Me tomé las mejillas, en señal de dolor.

—Argus, Amos, no la dejen sola— dijo al salir de la habitación.

Oscura NocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora