•|| 𝐏𝐫𝐢𝐬𝐦𝐚 ||• [𝚁𝚊𝚍𝚒𝚘𝚍𝚞𝚜𝚝]

•• 𝙿𝚎𝚛𝚍𝚒𝚍𝚘 ••

36

[Perdido]

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Un lápiz trazando palabras con una confianza que sería inusual para cualquier otro niño de diez años, mas no para él.

Su madre, sentada frente a la misma mesa que él, cosía una prenda tranquilamente con la música de jazz al fondo en la radio, cuando el joven castaño tuvo una pregunta.

—Mamá. —llamó en una voz monótona, calmada.

—¿Qué ocurre, cariño? —cuestionó sin mirarle, su vista estaba fija en la tela.

—¿Soy malo?

Las manos de la mujer frenaron en seco, a la vez que repasaba su duda en silencio. Después volteó, observándolo con atención y seriedad.

—¿Quién dijo eso?

—Los vecinos y los niños dicen que soy un monstruo.

No había tristeza o preocupación en su semblante, era genuina curiosidad. Ella esperaba esa reacción de la gente, aunque le molestaba que fueran tan descarados con sus comentarios.

Su hijo tenía una extraña afición por jugar con animales muertos que se encontraba en la calle, por observar los gusanos en ellos o incluso abrir los cadáveres frescos. Un pasatiempo que ningún otro infante disfrutaría, pero que ella no veía tan malo. Por lo menos no estaba asesinándolos como a aquel pobre pajarillo, eso ya era un enorme alivio.

—Bueno, ellos ya son malos por decir cosas terribles de otros, eso te lo aseguro. —respondió con una leve sonrisa. El niño arrugó el entrecejo, esa no era una explicación.

—Hablo en serio. —dijo con frustración.

—Yo también. —afirmó antes de cortar el hilo para enhebrar su aguja con otro color. El castaño bufó con un puchero inconforme, su madre rodó los ojos y cedió a su petición—. De acuerdo, de acuerdo. Primero contéstame una cosa —solicitó anudando el nuevo hilo antes de proseguir con su costura—: ¿Soy una buena persona?

Alastor asintió sin dudar.

»¿Por qué? —volvió a cuestionar.

—Me cuidas y me tratas bien. —expuso con sencillez. Su progenitora sopló una risa.

—Esa es mi obligación y deber, lo haría aunque no te amara como lo hago. —explicó—. Hay madres que golpean a sus hijos y no los quieren.

—Pero tú no eres así. —rebatió. La señora rio de nuevo, abiertamente.

—Es porque te amo, mon trésor. —contestó, diciendo lo último con dulzura.

—Moi aussi, aunque no entiendo porqué te gusta hablarme así. —admitió con un tono cansado. Su madre utilizaba el francés con frecuencia pero solo con él. No tenía un esposo o amigos cercanos para dedicarles su vocabulario cajun.

—Lo entenderás cuando crezcas y lo harás tú también. —aseguró divertida—. Pero volviendo al tema: no existen personas buenas y personas malas. El mundo sería tan fácil si se dividiera en dos lados.

—Pero hay personas que hacen cosas malas.

—Porque ellos deciden si hacerlo o no.

Su hijo no parecía satisfecho con la respuesta.

»Imagina a una señora que va a la iglesia pero roba dinero. ¿Es buena o es mala?

El niño entrecerró sus ojos, meditándolo. Después vio a su mamá, pidiendo en silencio una explicación. En su lugar, recibió otro ejercicio.