•|| 𝐏𝐫𝐢𝐬𝐦𝐚 ||• [𝚁𝚊𝚍𝚒𝚘𝚍𝚞𝚜𝚝]

• 𝙲𝚞𝚕𝚙𝚊𝚋𝚕𝚎 •

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💎[Culpable]🐽

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Era la tercera visita del amigo de su mamá, quien no podía estar más contenta.

Y Alastor no tendría problema si no fuera por... bueno, el señor le incomodaba, mas no sabía si era porque nunca había conocido a alguien así o si era por su intolerancia a la estupidez ajena.

—Así que tú eres el rarito de la colonia. —le comentó, queriendo parecer «chistoso». No era la primera vez que iniciaba conversaciones de ese modo.

El castaño no contestó, enfocándose en continuar su lectura. Tampoco era una poesía muy avanzada lo que estaba leyendo, pero era mucho mejor a la actitud que el hombre tenía hacia él.

»Oye, es grosero ignorar a tus mayores, niño.

—También es grosero hablar de esa manera, pero yo no le digo nada, ¿o sí? —respondió. El mayor bufó unas risas.

—¡Eres un arrogante! ¿Sabes lo que necesitas para quitarte lo rarito? Una buena chica.

El infante juntó sus cejas, ofendido. ¿Qué clase de consejo era ese?

—Tengo diez. —especificó su edad, esperando que eso le hiciera detenerse. No funcionó.

—Meh, nunca es demasiado pronto para tener una novia, hijo.

El niño mostró su indignación en su semblante.

—¡Eso es asqueroso! —refutó sin reprimir un gesto de repulsión y el hombre, más divertido que antes, le dio un manotazo juguetón en la cabeza.

Entonces oyó el llamado de su madre. No hacia él, hacia su amigo, insinuándole que la ayudara en la cocina, donde más tarde ella le interrogaría sin piedad hasta sugerirle que se retirara, pues ya no se sentía de buen humor para salir ese día.

Curioso, porque fue la última vez que vio a ese señor.

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Pasó imagen tras imagen, una y otra vez, sintiendo cómo se retorcía su estómago con cada foto que observaba hasta que destruyó el teléfono en su mano, furioso por las atrocidades que había sufrido Angel.

Revisó el reloj en la pared y se asomó al congelador, abriendo la tapa.

—¿Te diviertes? —cuestionó soltando unas risas desde el fondo de su garganta.

El demonio, abrazándose para resistir los temblores, negó apenas.

—S-s-sác-came de... aquí... —farfulló, incapaz de moverse.

Alastor ladeó su cabeza, como si estuviera considerándolo y parpadeó satisfecho.

—Mmmm, ¡nop! ¡No lo creo! Todavía te falta un poco. —respondió en su tono cantarín.

—T-t-tengo... frío... —musitó, castañeando los dientes.

—¿Tienes frío, dices? ¡No hay problema! —levantó su palma donde apareció una olla con agua hirviendo, la volteó y vertió sobre el demonio, sin miramientos, disfrutando el alarido en respuesta—. ¡De nada! —contestó sacudiendo sus hombros antes de cerrar el congelador.