|| ꜱᴡᴇᴇᴛ, ʙᴜʀɴɪɴɢ ᴀɴᴅ ʙɪᴛᴛᴇʀ ||

07. ¿Vas a decirme cómo llegamos a esto?

[Volkabo angst]

Aún después de dos años y medio intentando olvidar los sucesos que ocurrieron aquella tarde, su memoria parecía no estar de acuerdo con ello, por lo que le torturaba con el vivido recuerdo del día que cambió drásticamente su vida cada que se presentaba la oportunidad, cada que en la soledad de su habitación el insomnio no le dejaba dormir.

Su móvil había vibrado en su bolsillo a las diez de la mañana, un breve pero conciso mensaje en el que se buscaba confirmar su asistencia a aquella fría oficina. No respondio, ni ese ni todos los que vinieron después, más que nada porque la sola idea de afirmar lo que se daba a entender detrás de la pregunta le resultaba dolorosa.

Llego al edificio diez minutos antes de la hora, porque aún siendo el peor día de su vida le era imposible dejarlo esperando. Se acercó con lentitud al escritorio que se encontraba en el área de recepción, sonriéndole sin ganas a la mujer de cabellera castaña y vestido violeta que había detrás del mismo antes de informarle a qué se debía su presencia.

Recordaba que le había respondido tras terminar una llamada pero su voz ahora le era difusa, al igual que la de muchos que le saludaron en su camino al elevador. Suponía que era por la poca relevancia que tuvieron o por el bajo volumen de sus voces, no lo sabía y la verdad no necesitaba saberlo.

Una vez dentro del pequeño espacio de luz tenue y colores pálidos ejerció presión contra el botón con la punta de su dedo índice, haciendo al menos diez paradas antes de por fin llegar a su piso. El desagradable olor a sudor, los perfumes baratos y los alientos de más de diez personas creaban una mezcla que aún le calaba en la nariz de vez en cuando, transformando la nostalgia en un relato de aroma amargo.

Apenas bajar se encontraba con un largo pasillo de paredes blancas y al menos tres puertas a cada lado. Todas tenían una placa gris con un nombre grabado en letras negras, lo recordaba porque leyó cada uno en busca del que le había atormentado por las noches. Al encontrarlo en la segunda puerta de la izquierda, se le revolvió el estómago y el impulso de regresar por donde había llegado se hizo tan insoportable que de no ser por el toque que sintió sobre su hombro, no sabría que sería de él hoy en día.

El hombre que le había detenido sin darse cuenta era el abogado que se vio obligado a contratar. Algunas canas adornaban los mechones negros de su cabello perfectamente peinado y las arrugas eran evidentes en ciertas partes de su rostro, haciéndose más visibles mientras sonreía al estrechar su mano con firmeza. Lo odiaba, no por la avaricia que adornaba su tono de voz ni por el egocentrismo en su postura y traje costo, sino por el motivo por el que se encontraba frente a él.

Después de una breve charla que no valía la pena revivir, ambos entraron en esa oficina fría y gris. Simple, fue la primera impresión que le dio apenas cruzar el umbral. Frente a él un sofá para dos de color blanco, un cuadro abstracto sobre el mismo y una planta falsa a su costado, luego una mesa alargada de mármol con cuatro sillas blancas, par frente a par y, al final, el escritorio de madera brillante del hombre que los recibio, aunque después de curiosear con la mirada por su despacho le fue imposible concentrarse en algo que no fuera la respuesta del porque se encontraban ahí. Le daba la espalda, justo como lo hizo aquel día tras dejar los papeles sobre la mesa.

Percibió la leve presión sobre su mano al ser nuevamente estrechada, escucho la voz del abogado dándole la instrucción de sentarse frente a la mesa, y claro que notó las ojeras bajo los ojos del rubio al darse la vuelta para tomar asiento frente a él.

El mármol que les dividía era delgado, lo suficiente para llegar a tocarse por accidente bajo la mesa. Actualmente aún le gustaría saber cuál hubiera sido su reacción si hubiera pasado, si lo hubiera provocado. ¿Le habría sonreído sutilmente como cuando ocurría en plena junta, o quizas habría fingido no haberlo sentido?