48. Tormenta

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[Yunando angst]

Las continuas gotas de lluvia que formaban transparantes charcos en el suelo se veían perturbados por cada una de sus rápidas zancadas, el frío viento que revolvía salvajemente hasta el último de sus cabellos y movía las ramas cada árbol repartido por la ciudad, además de los truenos que iluminaban el cielo cada tanto, eran el perfecto acompañamiento para la melancolía.

Su respirar era errático, podía escuchar sus latidos fuertes y claros contra su oído, y su garganta seca le obligaba a tragar la poca saliva que se acumulaba en su boca para no ser víctima de un ataque de tos en medio de la carretera. No podía dejar de correr, nadie le seguía pero para ojos ajenos era como si alguien lo hiciera, y aunque el cansancio le provocó varios traspiés, siguió con el mismo ritmo. Poco importaba si se iba de cara contra el suelo, si salía un auto de la nada y le pasaba las cuatro ruedas por encima, o si alguna bala perdida atravesaba su cuerpo sin encontrar salida.

Les había olvidado a todos así que merecía todo lo que le pasase a partir de ahora. Cualquier desgracia sería un castigo justo para su promesa rota, así que en silencio rogaba a un dios en el que nunca creyó para que un rayo le partiera en dos.

Los fantasmas de sus amigos caídos por culpa del mismo enemigo corrían detrás suya para reprocharle lo fácil que le había sido fingir que jamás existieron, que no compartieron agonías en medio de la noche antes de enfrentarse hombro con hombro al mundo injusto y que las risas sólo fueron melodías lejanas sin valor.

Resbaló con le agua y cayó de pecho contra el suelo, raspando sus manos y rodillas sin cuidado. El ardor no tardo en hacerse presente en cada ruptura de su piel y las ganas de no levantarse al ver su reflejo deteriorado por los dañinos recuerdos que se forzaba a revivir fueron tan fuertes que sus ojos se cerraron antes de que pudiera darse cuenta, sacando bandera blanca para otorgarse a sí mismo piedad.

Estaba cansado, tan agotado, que la idea de ahogarse en el llanto de las nubes surgió fugazmente por su cabeza más de una vez. Sólo había sido un momento, un desliz en el que se había permitido reír como hace mucho no lo hacía en compañía de nuevos compañeros y eso había bastado para ser bañado en una profunda culpabilidad.

Recordó a Tonet, Emilio y a todos los que cruzaron más de una vez por el taller. Las risas, las discusiones, las bromas, todo le atacó y quiso soltarse a llorar. Quería pedirles disculpas por haber permitido que alguien aparte de ellos le hiciera reír, quería rogar el perdón por desear haber sido él quien diera su último respiro aquel día.

Cambiaría todo lo material y daría su alma por recuperarlos, por escuchar de nuevo sus molestas voces e incluso si era sólo unos minutos, incluso si era en sueños y la realidad iba a golpearle en la cara al despertar, lo que sea sería suficiente para llenar las heridas aún abiertas de su agonizante corazón.

—¡Yun! — Sabía a quien pertenecía aquella voz grave, le conocía tan bien que aún sin girarse se atrevía a decir que llevaba un paraguas y que iba a cubrirle pese a estar empapado. La lluvia dejó de caer sobre sus mechones alborotados, su reflejo fue más claro y las bocinas de los autos parecieron adquirir más volumen. Era muy tonto de su parte pararse en medio de la calle, ¿acaso quería morir?—. Venga, te ayudo a levantarte.

No se negó a la ayuda, sintiendo uno de sus brazos ser tomado con firmeza antes de ser levantado del suelo con facilidad. Su uniforme rojo estaba pegado a su pecho, sus manos aún dolían y las piernas le temblaban. Se mantuvo cabizbajo aún cuando aquel hombre comenzó a revisar las heridas en su rostro con minuciosidad. Sintió sus ásperos dígitos tocar con notable delicadeza cada parte de su rostro, sus ojos viajar por cada milímetro y de reojo ver las muecas que cruzaban por sus labios.

—¿Qué te he dicho de salir corriendo así, chaval? — cuestionó con un deje de molestia, sacudiendo con una mano su uniforme mientras mantenía el paraguas encima suya. Se estaba mojando. Sus cabellos brillantes se pegaban a su frente y hasta ahora se percataba de que su pecho subía y bajaba profundamente.

Corrió detrás suya en cuanto le vio huir sin dar explicación alguna, probablemente había gritado su nombre varias veces al perderle de vista entre los callejones, y ahora parecía tan temeroso de cortar el contacto que tuvo que hacerlo él.

—Todo bien, Almando — Quitó su mano con ayuda de la suya y no le miro, no tuvo el valor de permitir que sus ojos se encontrarán porque de hacerlo iba a querer reprocharle las penas de las que lo creía culpable.

Olvidaba mencionar que no sólo él quedó con vida ese trágico día, que si estaba de pie ahora mismo era por desición del mayor, quien se negó a dejarle morir junto con los demás, y que si lo seguía estando pese a sus sentimientos e ideas también era por él. No iba a dejarle solo después del sacrificio que tuvo que hacer para mantener sus latidos constantes; las horas de cuidado físico que tuvo que brindarle cuando él era incapaz de levantar un sólo dedo, todas las noches en las que había tomado su mano y roto todo espacio para sostenerle mientras tenía un mal sueño, y el desgaste mental que debió sufrir al escuchar sus deseos de muerte entre murmullos. No era justo pagarle de esa forma, así que amargamente se mantenía a su lado.

—Vale... volvamos entonces — Le escucho aceptar con resignación, ofreciéndole una de sus manos para llevarle a su lugar seguro. Aceptó, deslizando su palma por encima de la suya sin llegar a entrelazar sus dedos para que Armando le llevará de vuelta al taller.

Si conociera los pensamientos que pasan cada día por su cabeza, si pudiera tener una mínima idea de cuanto odiaba no poder ser feliz aunque lo intentará, y aceptará que nunca iba a cambiar su sentir, tal vez no habría elegido salvarle y dejaría de depender tanto de su existencia.

|| ꜱᴡᴇᴇᴛ, ʙᴜʀɴɪɴɢ ᴀɴᴅ ʙɪᴛᴛᴇʀ || Donde viven las historias. Descúbrelo ahora