49. Desobediencia

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[Jackacio nsfw]

Con una patada en la parte trasera de sus rodillas le obligó a caer sobre ellas y, sin musitar palabra, se inclinó hacía adelante hasta que su frente término apoyada contra sus brazos entrelazados en el suelo, ocultando su rostro entre ellos.

Se había portado mal durante casi todo el día e iba a recibir un castigo sobre la alfombra de aquel despacho gris. Trago duramente al escuchar los pasos lentos de Conway detrás, luego a su lado y finalmente enfrente suya. No tenía permitido alzar la vista y no lo haría por más que su curiosidad le estuviera gritando justo en el oído lo atractivo que debía verse el mayor mientras se quitaba el cinturón. El ruido de la hebilla al ser removida casi le roba un temblor de cuerpo entero y el creciente calor que hacía incómodas las prendas pareció incrementar.

Un sonido de lengua y paladar comenzó a reprobar sus pasadas actitudes, los pasos le mantenían inquieto y temeroso al no saber de donde esperar el primer golpe, y deseó por primera vez no haberse puesto aquella horrible falda que Gustabo le había sugerido. Debía parecer poco atrayente y no podía con la idea de bajar los ánimos de Conway ahora que por fin, luego de días sin verse, le tenía sólo para él.

Portarse mal a propósito no entraba dentro de sus pasatiempos, pero esta vez era muy necesario. El viejo no le había dado la atención necesaria y su miembro estaba ansioso por dejar salir lo acumulado.

—Recuérdame porque te voy a castigar, pet — Su voz era como escuchar una melodía que pese a su hermosura amenazaba con matarle al terminar de sonar.

Mordió su labio inferior con fuerza, aunque no la suficiente para dejarse una marca. Después de todo, él no tenía permitido marcarse de ninguna manera.

—Ignore una orden de mi amo — dijo lo suficientemente alto para que el hombre, ahora nuevamente detrás suya, le escuchara.

Un ronroneo suave y luego el silencio fue su respuesta. Se puso nervioso al pasar de los segundos, pues Conway podía elegir dejarle en esa posición e irse sin deberle una explicación si así lo deseaba, poco importaba el lugar en el que se encontrará o si alguien le veía; si se atrevía a levantarse sin su permiso, le iría mucho peor de lo que podía imaginar.

—Bajate la ropa interior — Se le seco la garganta y maldijo entre dientes. No recordaba que traía debajo.

Dejo su mejilla contra la alfombra color vino y deslizó ambas manos por debajo de la falda mientras rogaba no llevar uno de esos boxers de figuras coloridas que su hermano le había regalado de broma y que, al final, terminó usando porque eran muy cómodos. Los bajo poco a poco hasta que el doblez de sus rodillas le detuvo y, de no ser por el largo de su falda, su entrada medianamente abierta por la posición quedaría expuesta.

—Bien, al final puede que sea considerado contigo, perrito obediente — Relamió sus labios con una lentitud obscena. Si ese hombre de traje perfecto y atractivas canas tan sólo supiera que no quería que fuera ni mínimamente considerado—. Ahora...— Hizo una breve pausa, la cual le pareció jodidamente eterna, y agregó— Levantate la puta falda.

Clavo los dientes en el interior de su mejilla y volvió a subir sus manos hasta el borde de su falda. Un doblez, luego otro y otro hasta que el tatuaje de su espalda baja y su miembro al borde del goteo quedó a la vista. Agradecía haberse rasurado hace unas horas.

—Cuatro azotes — Su piel se erizo y no pudo contener el ligero espasmo que le obligó a removerse sobre su lugar—. Vaya, vaya, ¿realmente quieres ser castigado, no, Horacio? — Se burló con toda serenidad de su error—. Ahora serán cinco.

Se preparó, anticipándose en silencio a la fuerza que Conway iba a emplear en cada reprimenda, y aunque quiso morderse la lengua y ahogar en su garganta los quejidos que pudieran escaparse de entre sus labios; no pudo contenerse una vez recibió el primer azote del cuero contra su piel. Fue tan duro que le hizo apretar los dientes y cerrar los ojos, y tan placentero que su miembro pálpito al sentir la primera sacudida.

—Dime, pet, ¿acaso te he permitido hacer ruido? — Negó sobre la suave alfombra—. Entonces sabes lo que te has ganado, ¿verdad? — Quiso asentir pero otro duro azote a lo largo de sus nalgas le mando a callar.

Su piel comenzaba a arder con más intensidad debido a la exactitud con la que había dado en el mismo punto y sus piernas empezaron a temblar con cada gota de pre-semen que fluía de su miembro. Sus manos seguían a los costados de su cuerpo, con los dedos dentro de la ropa interior, y su pecho se frotaba intermitenemte contra el pelo enrulado de la alfombra.

—Cuenta — Otro golpe más y sabía que contaba con pocos segundos para obedecer.

—Cu-cuatro...

Uno más y otro gemido gutural que bailaba entre el dolor y el placer rasgo su garganta. La cuenta comenzaba otra vez y no tenía ni que decirlo.

—Cuatro...

Otro y consiguió evitar retorcerse ante la sensación de dolor superando en creces al placer. Hasta ahora era capaz de recordar porque es que no era fan de la desobediencia. Conway nunca buscaba otorgarle ningún tipo de placer durante sus castigos. Tan sólo se centraba en recordarle quien tenía el poder de llevarlo tanto al cielo como al infierno.

—Tres.

Sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas cuando el segundo azote resono contra las paredes y se repitió mentalmente que podía decir la palabra de seguridad en cualquier momento, sin embargo, le bastaba con recordar la jugosa recompensa que obtendría al terminar con éxito para resistir un poco más.

—Dos.

Quien sea que pasará por la oficina pensaría que estaban torturando a alguien, aunque los pocos que sabían de sus prácticas debían estarse burlando de él por no se capaz de guardar absoluto silencio. Lo intentaba, clavaba sus dedos contra sus palmas y hacía rechinar sus dientes, pero al menos un jadeo se escapaba cada vez.

—Uno.

El último término golpeando el mismo punto que el resto, dejando la zona roja e hinchada, y cuando por fin pudo pronunciar el último número en un susurro agotado, casi se deja caer por la incomodidad que había tenido que soportar sobre sus rotulas. No se dejó convencer, pues aún no tenía permiso.

—Ya puedes ponerte de pie — Hizo caso, sintiendo sus músculos doler y liberando quejidos ruidosos hasta que terminó de acomodarse la ropa. Limpio sus lágrimas.

Conway estaba recargado contra el borde del escritorio y le miraba en silencio con los brazos cruzados. Sus ojos eran tan profundos como lagunas en las que estaba dispuesto a ahogarse y aunque no lo decía, estaba seguro de que tenía motivos para castigarlo otra vez; como por ponerse la ropa sin que se lo dijera o por hacer ruido, pero no parecía querer hacerlo, más bien, parecía estar ansiando el momento en que le mirará para preguntar:

—¿Qué quieres?

No hacía falta que preguntará, lo sabía perfectamente porque lo pedía cada vez que terminaban, y aún así lo hacía para evitar hacerlo por su propio pie. Se acercó con cautela hasta que pudo rodear su cuello, arriesgándose a terminar con el pecho contra el escritorio, y paso la punta de su lengua por encima de sus labios antes de responder.

—Un beso.

Conway separó los brazos en cuanto le escucho y con uno le rodeó la cintura mientras que el otro se deslizaba por su cuello hasta su nuca, atrayéndole con rapidez para probar esas líneas brillantes que añoraba probar desde hace días. Era dulce, como si hubieran derramado miel sobre su perfecta suavidad, y se movía con la suficiente habilidad para dejarle deseoso por más. Le atrapó entre sus dientes sólo una vez, estirando la carne hasta que le escucho quejarse, y aprovechó el momento en que sus dientes se separaron lo suficiente para comenzar a explorar su cálida cavidad bucal.

En el interior de sus bocas quedaron ahogados todos los gemidos que proclamaban suyos y no se separaron hasta que la falta de aire les obligó. Horacio cerró los ojos mientras respiraba irregularmente, sintiéndose complacido al recibir caricias en las mejillas y cortos besos por todo el rostro. Definitivamente Conway era su cielo e infierno personal.

|| ꜱᴡᴇᴇᴛ, ʙᴜʀɴɪɴɢ ᴀɴᴅ ʙɪᴛᴛᴇʀ || Donde viven las historias. Descúbrelo ahora