11. Nada debe cambiar

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[Volkabo]

Después de un atraco exitoso con todos los involucrados detenidos y sin ningún herido grave, Volkov se alejo de todos un momento para ir a fumar a la pequeña área verde cerca del badulaque. Llevaba más de siete horas en servicio y creía merecer al menos un instante de relajación antes de tener que volver a cumplir su promesa de siempre proteger y servir.

Una vez bajo la sombra de un árbol grande y frondoso, se recargo contra el tronco y sacó una cajetilla arrugada del bolsillo de su pantalón. La abrió, soltando un suspiro cansado al notar que sólo un cilindro estaba intacto y, luego de llevarlo a su boca, saco un encendedor gris y medianamente gastado de su chaqueta.

El efecto había sido realmente inmediato tras dar la primera, profunda y extremadamente satisfactoria, calada. Poco a poco fue capaz de sentir como todos los músculos de su cuerpo perdían cualquier atisbo de tensión y el incesante dolor de cabeza se hacía más ameno.

Apoyo uno de sus pies contra el tronco con placidez, liberando el humo intermitentemente por el borde de sus labios, sin apartar la vista de enfrente. Desde donde estaba sólo podía ver algunos edificios y personas vagando por la zona, cruzando dos o tres palabras antes de seguir con su camino, y nada más.

En situaciones así creía que la ciudad era realmente tranquila, que no había un atraco ocurriendo en alguna parte o que un secuestrador no estaba al otro lado de la línea dispuesto a pedir recompensa. Gracias a su trabajo era capaz de ver los horrores que podían hacerse unas personas a otras sólo por algo de dinero o rencores, y por ello podía jurar que nadie valía el riesgo que aceptaba cada día tras colgarse la placa al cuello, pero no conocía otra forma de vivir, ni le apetecía conocerla, así que tan sólo imaginaba que alguien, en algún punto al azar de aquella ciudad desastrosa, debía valer la pena.

Las ramas del árbol bajo el que se ocultaba del sol empezaron a moverse con ímpetu, captando su atención y haciéndole alejarse sólo un poco para buscar el motivo del repentino danzar. Imaginaba que sería un gato tratando de bajar o algún ave que tenía ahí su nido, pero de entre todo lo que pudo imaginar en los segundos que tardo en ver, ciertamente una persona jamás paso por su mente.

—¿Que hace ahí arriba? — Deseó saber con verdadera incertidumbre, inclinando ligeramente la cabeza hacía un lado con una mueca al analizar la forma en que Gustabo se aferraba firmemente a una rama. "De entre todas las personas..."

—Admirando las vistas — respondió con falsa despreocupación, forzando a sus comisuras a elevarse pese a la molestia. "Tenías que ser tu"—, o así era hasta que llego usted, Volkoff.

Ignoro la forma en que le había llamado, por el bien de su garganta, y le recorrió de adelante hacía atrás. No debía estar cómodo al estar recostado sobre la madera rasposa, pero por la forma en que se sujetaba parecía estar demasiado aterrado para siquiera intentar moverse, así que lo más sensato sería ofrecerle ayuda, aunque era la última persona en la tierra a la que quería ayudar.

—¿No puede bajar, cierto? — Se cruzó de brazos tras tirar el cigarro al suelo, esperando a que fuera su día de suerte y aquel hombre de mechones alborotados y molesta actitud, admitiera que necesitaba una mano.

—Claro que puedo, pero no me apetece — Soltó con desinterés, girando su rostro sobre la rama para dejar de verle, y le hizo rodar los ojos con fastidio antes de pasar una de sus manos por su rostro.

Tal vez debería sólo irse y dejarlo ahí por su cuenta, pero esa necesidad de ayudar a quien lo necesitase le tenía de pie con la cabeza elevada en un ángulo que le haría doler el cuello después mientras pensaba en una forma de bajarlo sin tener que acercarse demasiado a ese gato arisco que iba a clavarle uñas y dientes de tener la oportunidad.

|| ꜱᴡᴇᴇᴛ, ʙᴜʀɴɪɴɢ ᴀɴᴅ ʙɪᴛᴛᴇʀ || Donde viven las historias. Descúbrelo ahora