52. Libertad para amar

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[Volkabo soft]

Se encontraba solo y completamente a oscuras en una gran habitación vacía, sin ventanas que le permitieran saber si era de noche o de día y sin se capaz de ver más allá de sus pies descalzos. No recordaba como había llegado ahí ni en el momento exacto en el que aquellos muros se volvieron su prisión, pero llevaba tanto tiempo dentro que su estabilidad comenzaba a perderse.

Intento pedir ayuda multiples veces luego de escuchar los ruidosos pasos de alguien afuera, gritando hasta casi desgarrarse la garganta y golpeando el suelo frío con sus puños para intentar hacer ruido, pero, quien estuviera del otro lado, le estaba ignorando; por lo que sus intentos por ser libre fueron disminuyendo hasta que pasaba la mayor parte de su tiempo sentado en un rincón con las rodillas muy cerca de su pecho.

A veces caminaba, arrastrando los pies y tocando con una de sus manos las paredes, ignorando las señales de vida del otro lado con resignación. No iban a sacarle, le dejarían ahí dentro hasta que su cabello rubio se llenará de canas y sus manos de arrugas. Iba a morir y la indiferencia de los demás no les permitiría darse cuenta hasta que el olor de algo pudriéndose les invitará a acercarse.

—¡Gustabo!

Escucho un día, demasiado fuerte y claro pero irreconocible, como si su nombre hubiera salido a través de un altavoz. Se levantó del suelo, buscando con desespero al hombre que acababa de encontrarle, y empezó a moverse de un lado a otro al no verle.

—¡No te veo, joder, ¿dónde estás?! — preguntó con un tono de súplica que no se molesto en ocultar, llegando a una de las paredes para empezar a golpearla con las palmas de sus manos—. ¡Aquí estoy, sacame por favor!

De pronto el ruido fuerte e incesante de una puerta hueca siendo agitada y golpeada con brusquedad llego a sus oídos, haciéndole preguntarse desde cuando estaba ahí.

—¡Busqueme! — Le dijo con el mismo volumen que antes y no se lo tuvo que repetir.

Corrió directo a el, dando grandes zancadas y moviendo sus brazos de adelante hacía atrás sin descanso hasta que su respiración se volvió errática y el sonido más fuerte. Lo encontró, perplejo al notar como un rayo de luz se colaba por debajo de una puerta que jamás había visto. Vio la manija dorada que seguramente le daría la libertad, pero algo le gritaba dentro suya que no debía tocarla.

—¡Ya estoy aquí! — gritó entre suspiros, manteniéndose unos pasos detrás de la salida. Jugaba con sus manos, temeroso de que el hombre le hubiera dejado a su suerte, y trago saliva con nerviosismo.

—Bien... ahora necesito que abra la puerta — Mordió su labio inferior al escuchar su suave petición y luego negó aunque él no pudiera verlo.

—No puedo, sólo- mire, sólo tiene que abrirme — rogó con voz quebrada, tratando de ignorar el repentino escozor de sus ojos.

—No puedo, Gustabo, necesito que usted abra la puerta — Le respondió con dulzura, como si supiera lo que sentía y no quisiera presionarlo. De nuevo nego, frotando sus ojos con el dorso de sus manos para limpiar las lágrimas que amenazaban con rodar por sus mejillas.

—No... yo no puedo, ¿vale?

—Si puede, yo se que puede — Su firmeza al decirlo le hizo mirar de nuevo la manija, relamiendo sus labios al seguir escuchando la voz de su cabeza gritando y suplicando para que se mantuviera alejado si no quería que algo malo le ocurriera—. Gustabo, le juro que no va a pasar nada — Hablo justo a tiempo, sacándole de la bruma que comenzaba a aturdir su mente con algo tan simple y, aunque no supiera quien era, por alguna razón confiaba plenamente en él.

—Vale, vale...— susurró, alzando una de sus manos hasta que pudo sentir el frío metal entre sus dedos.

El miedo trato de hundirlo varias veces para que se retractara, pero la voz del otro lado nunca dejo de musitar palabras de aliento mientras se decidía a hacerlo. Finalmente lo hizo, girando la manija lentamente, y luego de ver una pequeña ranura le dio un suave empujón para que terminará de abrirse.

Sus ojos fueron forzados a cerrarse al sentir el cálido brillo del sol contra su rostro y, en cuanto se acostumbró, pudo ver con claridad sus manos y cuerpo entero, también al hombre que le había ayudado. Lo conocía.

—Volkov...

Su nombre salió en un suspiro, formando una sonrisa en sus labios que terminó por desmoronarse al sentir las lágrimas brotar sin su permiso. Él aún seguía dentro de la habitación oscura, recibiendo la luz de un lugar tan brillante que le parecía irreal.

—¿Va a salir? — La sonrisa del ruso era acogedora, una bienvenida. Sus labios se torcieron en una mueca llena de tristeza y fue forzado a parpadear.

—¿Puedo?

No hubo respuesta, simplemente le vio acercarse hasta el marco de la puerta, dejando todo su cuerpo en la luz pero estirando uno de sus brazos hasta él para mostrarle su mano abierta como una silenciosa invitación. Volvió a tragar saliva, deslizando sus dedos con temor por encima de su palma antes de sentir sus dígitos enredarse con los suyos.

Otra sonrisa y comenzó a hacer que sus pies se movieran de donde se encontraban plantados. Poco a poco fue dejando atrás la soledad, el miedo a la incomprensión y la oscuridad, para ser abrazado por la confianza, el entendimiento y la compañía.

Recordó entonces que él mismo se había puesto ahí, dispuesto a vivir encerrado durante toda su vida hasta que le escucho llegar, dispuesto a morir por una aceptación que no necesitaba. Ahora era libre, libre de ser quien era y de estar con quien deseaba; libre de amar.

|| ꜱᴡᴇᴇᴛ, ʙᴜʀɴɪɴɢ ᴀɴᴅ ʙɪᴛᴛᴇʀ || Donde viven las historias. Descúbrelo ahora