37. Eternidad

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[Volkabo soft]

Ambos sentados en la terraza de su nuevo departamento tras terminar de empacar, uno con un cigarro entre los dedos y el otro con una cerveza de aroma amargo que estaba a medio terminar, mientras disfrutaban de la gloriosa brisa nocturna que les revolvía los cabellos y se llevaba el cansancio.

Un año o tal vez dos desde que empezaron una relación que ciertamente no era del agrado de muchos, pero poco les importaba ahora que habían probado lo amargo y lo dulce de una combinación tan imperfecta como la suya.

Se habían hecho adictos y aunque intentaron dejarse un par de veces por murmullos venenosos de ajenos, choques entre sus personalidades y quiebres de los que no se sentían capaces de recuperarse, ahí estaban, cayendo de nuevo en el éxtasis.

Llevo el cigarro a sus labios una vez más para darle una suave calada, simulando tragar para luego expulsar el humo por la nariz, y su pareja dio un rápido trago a su cerveza. Ahí se percato que ninguno de los dos quería terminar rápido, como si ese breve instante en que alguno se fuera para tomar otra cerveza del frigorífico o buscar una cajetilla de cigarros entre sus ropas, fuera a arruinar la burbuja a la que sólo ellos tenían acceso.  

—Volkov — Le llamo con suavidad y no se giro para verle hasta que obtuvo su atención— ¿Follamos?

Juraría que pudo escuchar el momento exacto en que la burbuja se rompio.

—Joder, ¿no puede ser más romántico? — Reprochó con molestia, creyendo que el silencio volvería a ellos cuando Gustabo no respondio, simplemente girándose para ver de nuevo el cielo.

—¿Le gustan las estrellas? — Le preguntó con aire pensativo, recargando sus codos con pereza contra sus muslos.

Si ese era su primer intento por ser romántico más valía que fuera bueno. Dirigió sus orbes celestes al cielo y apenas se veía el brillo de algunas estrellas. No podía esperar más de una ciudad que parecía nunca dormir y que estaba repleta de fallidos intentos por tocar el cielo.

—Supongo.

—Pues conozco un motel que tiene tres — respondió de forma sugerente, alzando una ceja y mostrándole media sonrisa.

Un día iba a dejarlo por todas sus bromas y piropos, pero ahora, ahora simplemente estaba tan relajado que contener una leve risa resulto la tarea más difícil del mundo.

—No me lo puedo creer...— mencionó con una pequeña sonrisa que era tan difícil de ocultar como la diversión en sus ojos.

—Ya ve, y decía que no era romantico — Se recargo nuevamente contra el respaldo de su silla y dio un último trago a su cerveza antes de dejar caer sus brazos a los costados de su lugar, tocando con la punta de los dedos el suelo.

Volkov le miro con fijación, perdido en acciones tan habituales que era como ser un adolescente de nuevo, uno que estaba tan perdidamente enamorado que hasta el más mínimo movimiento le tenía derrochando amor.

—No lo es — murmuró con toda tranquilidad, probando la última calada de su cigarro con lentitud.

—¿Cómo que no? — exclamó con falso asombro, alzando ligeramente la voz antes de acomodarse de nuevo para verle con claridad— A ver, entonces dígame, Volkov, ¿qué necesito hacer para que este feliz? — No existía molestia en su voz ni frustración, sólo el interés oculto bajo una capa de diversión que no servía de nada con él, pues tenía más que claro que realmente deseaba saber que hacer para tenerlo contento. Al no obtener respuesta, continuó— ¿Quiere que le traiga flores? Porque le puedo traer todo un jardín si quiere. ¿Necesita chocolates en san valentin o el desayuno en la cama? Puedo hacerlo, sólo dígame donde coño esta la cocina.

Su esfuerzo era más que suficiente, era lo que deseaba decir, pero desde que dejaron la última caja de cartón caer sobre el suelo de su nueva realidad, había una espina que se iba clavando poco a poco en su interior, sembrando el miedo a un futuro que aún le resultaba incierto. No podía decir que seguirían juntos al terminar la semana como muchas otras parejas, no podía prometer que iban a superar todas las discusiones, y tampoco que la amenaza de separarse se había minimizado, pero necesitaba una promesa a la cual aferrarse, aunque fuera falsa.

—No me deje — Soltó de la nada, resultando una sorpresa para ambos que de repente las sonrisas se fueran y llegara la seriedad. Dudo de seguir hablando cuando noto su mirada confundida, pero tenía que sacarlo o iba a asfixiarse con ello— Incluso si es una mentira, no quiero que se vaya. Me he vuelto tan...— Suspiró, porque lo que estaba a punto de decir lo haría ver tan vulnerable que no se sentía como él— dependiente a usted que perderlo va a matarme.

Gustabo no esperaba que la atmósfera cambiará tan de repente, pero le alegraba que lo hubiera hecho pues el mismo temor que su pareja parecía estar sufriendo, era el mismo que él no se atrevía a poner en palabras, y aunque parecía ser infundado por la cantidad de veces que se habían dejado y salido con alguien más (al menos en su caso), nunca llego a sentirse ni medianamente bien a comparación.

Estar con él era placentero, divertido e inesperado, y pese a no decirlo en voz alta y de frente, lo amaba tanto como nunca se permitió amar a nadie.

—¿Tú te crees que te voy a dejar ahora? — preguntó con cierta gracia, bufando con una sonrisa al verle alzar los hombros. Dejo la botella de vidrio vacía en el suelo y se puso de pie para plantarse junto al mayor, llevando una de sus manos hasta su mejilla para brindarle la más reconfortante de las caricias. Volkov respondio a su tacto, inclinando su cabeza contra su palma con los ojos cerrados—. Pues no, Volkov, de mi ya no te libras ni a patadas.

Ambos sonrieron como un par de ingenuos, sabiendo que sus palabras iban cargadas de sinceridad a la poca seriedad que transmitía su tono, y antes de que dejará de tocarle, se puso de pie para ver en aquellos orbes las constelaciones más brillantes y luego de admirarlo en silencio, hizo que sus labios se encontrarán. Suave, real y lleno de cariño, justo como la primera vez.

|| ꜱᴡᴇᴇᴛ, ʙᴜʀɴɪɴɢ ᴀɴᴅ ʙɪᴛᴛᴇʀ || Donde viven las historias. Descúbrelo ahora