|| ꜱᴡᴇᴇᴛ, ʙᴜʀɴɪɴɢ ᴀɴᴅ ʙɪᴛᴛᴇʀ ||

32. La maldición de los betas

[Volkabo soft]

Un baile de mascaras se realiza cada año en un gran salón no muy lejos del centro de la ciudad con la intención de que, tanto alfas como omegas, encuentren fácilmente una pareja. Es elegante, tiende a durar hasta que los primeros rayos de sol se cuelan por los enormes ventanales del lugar, y las melodías que pintan cada rincón son tocadas por un par de músicos que parecen jamás fallar una nota, o eso es lo que le contaba Horacio al salir cada año con una gran sonrisa y unos cuantos números en el bolsillo.

Tal vez había olvidado decir que aquello no era algo a lo que los betas como él pudieran acudir. No lo tenían permitido por el único y simple hecho de que algo tan normativo como ellos no iba acorde a la ocasión. Sería como plantar una simple margarita en medio de un glorioso rosal.

Simplemente no estaba bien y vaya tortura debía ser para los que tenían un mínimo interés en lo que había detrás de ese par de puertas de metal oscuro con trazos bañados en un brillante color dorado. Seguro era insoportable y podía imaginarse los reproches de los de su casta hacía sí mismos por haber nacido sin nada que los hiciera únicos, interesantes.

—Te voy a colar — Le había dicho Horacio de repente con desición, logrando confundirlo sólo unos segundos antes de que entendiera a que se refería. Volvió a dirigir su vista a la tv con desinterés.

—No quiero — respondió, tomando el control remoto de la mesita para cambiar el canal.

—No es pregunta, bebé — De pronto el control fue arrebatado de su mano y su reproche fue ahogado por el fuerte arrastre del contrario hacía su habitación.

—¡Que no quiero, joder! — exclamó bastante molesto, tratando de librarse del firme agarre del de cresta sobre su muñeca. Tal vez era el mayor, pero quien se había llevado toda la fuerza era Horacio.

—Oh, vamos Gustabo, no seas payaso, ambos sabemos que quieres — dijo, derrochando convicción por cada poro, antes de llevarlo al rincón de su habitación donde se encontraba el tocador de color blanco con luces. Como odiaba esa cosa—. Sienta anda, te pondre más bonito — Finalmente le soltó, separando la silla del mueble para invitarlo a sentarse, e instantáneamente sus labios se torcieron en una mueca de disgusto mal disimulada, y Horacio liberó un suspiro antes de acercarse con cautela para tocar suavemente su hombro—. No trates de engañarme, se que quieres entrar desde la primera vez que yo asistí — Le dio un apretón amistoso y luego apartó su mano, plantándose detrás de la silla con una sonrisa impaciente.

Rodó los ojos, pensando en lo fácil que sería persuadirlo de que estaba más que equivocado, y desvío su mirada celeste hacía cada objeto sobre el mueble. Cremas de distintos colores, broches de diferentes tamaños, algunas cosas de colores de las cuales desconocía el nombre y joyería esparcida por doquier, incluso había algunos collares colgando de los bordes del espejo. Si decidía sentarse, quedaría a completa disposición del menor. Ciertamente no le agradaba del todo la idea, pero la promesa de poder saciar su curiosidad en el proceso le llevo a desplomarse en la silla.

—¿Y cuál es tu plan? — preguntó mientras el contrario vertía una crema sobre una de sus manos para luego pasarla entre sus mechones.

—¿Qué plan? — Inclinó su cabeza hacía atrás al escucharle, viéndole entre molesto e incrédulo por aquella respuesta. Horacio no pareció unir los puntos hasta segundos después, justo cuando sus cejas se alzaron y sus labios formaron una pequeña "o". Retomó de nuevo su posición anterior con los ojos cerrados, esperando pacientemente—. Bueno, hasta hace unos días me di cuenta de que es muy fácil colarse en el baile — informó con toda tranquilidad, dejando su cabello para abrir uno de los cajones a su lado y sacar una diadema con orejas de conejo que fue directo hacía él—, sólo tienes que ser un omega o un alfa y lucir bien — Abrió otro de los cajones y esta vez saco un pequeño empaque de color blanco que tenía a una mujer con una cosa extraña en la cara.