Capítulo 53

894K 44.3K 52.7K
                                    

Holly

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Holly

Permanecía arrodillado delante de mí y dentro de mi mente solo podía gritar: ¡Sí!

Sin embargo, mi boca quedó sellada, empujaba mi lengua a través de mis dientes, mas estos se negaban a ceder. A pesar de nuestra discusión y la decisión que ambos tomamos, no existía una necesidad de querer castigarlo por el error en el que estuvo, mucho menos cuando reaccionó de inmediato y pese a su miedo, se encontraba aquí, conmigo, dispuesto a seguir adelante con nuestro bebé, sin dar su brazo a torcer.

¿Debería castigarlo? No, por supuesto que no. Esto no se trataba de un juego o dar lecciones, se trataba de madurez y comprensión. Si él pudo derribar sus miedos y venir hasta aquí para solucionar las cosas, ¿por qué habría de torturarlo más? Dixon no se lo merecía. Por Dios que lo comprendía, el dolor habló también por mí y alentó a tomar decisiones radicales y apresuradas, cuando lo único que necesitábamos era un poco de tiempo para procesar la noticia y pensar con la mente clara lo que haríamos, pero siempre juntos.

—Respóndeme por favor —suplicó. Esbocé media sonrisa con las lágrimas aún en mi cara—. ¿Me aceptas como tu esposo?

—Sí, señor Russo. Acepto que sea mi esposo.

Se incorporó, los rasgos crispados por la sorpresa. Es como si esperara que fuera a decir que no. Se hallaba anonadado.

—Has dicho que sí —susurró estupefacto.

Lo agarré de la nuca y aplasté mi boca con la suya. Theo bajó de mis brazos y al fin Dixon logró abrazarme por completo, tomó las riendas del beso que inicié y empujó sus labios con mayor vehemencia, saboreó mi lengua y succionó mi labio inferior. Entre intervalos de besos comenzó a sonreír, cogió mis mejillas y dio un beso tras otro.

—Mi prometida —otro beso—, dilo —sonreí—, di que eres mi prometida.

—Soy tu prometida —dije, complaciéndolo.

Agarró mi mano y deslizó el anillo en mi dedo. Este encajó a la perfección, el diamante brilló, deslumbrante, elegante, delicado y único. Era precioso y no podía creer que estuviera adornando mi dedo como una promesa física de nuestra próxima unión.

—Te amo, carajo, te amo como un puto demente.

Reí y me estrechó entre sus brazos. No me soltó ni un instante, sus dedos se ceñían a mi cuerpo y presionaban con vigor. Me sostenía como si tuviera miedo de perderme en cualquier segundo.

—Soy un idiota, cariño, pero te amo.

—Eres mi todo, Dixon, eso jamás va a cambiar.

Me miró enternecido, besó mi frente y de pronto, se colocó de cuclillas. Alzó mi blusa y palpó con los dedos el sitio donde nuestro bebé crecía.

—Y este pequeño intruso...

—O intrusa —corregí. Alzó el rostro hacia mí.

—¿Una niña? —Encogí los hombros— ¿Quieren matarme acaso? ¿Comprendes la magnitud de mis celos?

Crueles instintos © [YA A LA VENTA EN LIBRERÍAS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora