Capítulo 32

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Aclaro duda: Dexter y Dixon se llevan por un año🤭

Aclaro duda: Dexter y Dixon se llevan por un año🤭

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Holly

Sus ojos de un color verde oscuro, no paraban de evaluarme.

Relamía el contorno de sus labios gruesos que se elevaban hacia un lado en una sonrisa maliciosa. No veía en él intensiones de lastimarme, pero podía equivocarme, y temía, claro que lo hacía, estaba sola, nadie vendría a ayudarme. Mi única opción podría ser saltar del vehículo en marcha, eso si era lo suficientemente rápida para quitar el seguro antes de que Joe me detuviera y decidiera matarme con sus propias manos.

Basta, Holly, estás divagando. ¡Concéntrate!

—¿De qué podíamos hablar usted y yo? —Inquirí.

Tratas con un asesino como Dixon, puedes tratar con otro más. Vamos, no le demuestres miedo, ellos disfrutan empleándolo.

—No pareces un ciervo asustadizo —se acercó, no moví un musculo—, es verdad lo que se dice, ¿eh?

—¿Por qué no solo va al punto?

—Llegaremos a él, paulatinamente. No tengo prisas, amore.

Estiró la mano, quiso tocarme la mejilla, pero de un manotazo lo aparté. Su sonrisa se amplió.

—Eres una fierecilla —se mofó—, tu valentía no te sirve conmigo.

Enroscó la mano en mi nuca y me atrajo a su cara, efectué una mueca, huía de la cercanía de su boca.

—Dixon acabó con una familia poderosa y piensa que las cosas se quedarán así.

—Mataron a su cuñada, estaba embarazada.

—Lamentable, pero eso no quita el hecho de que provocó un caos, hizo un mierdero que tendrá que limpiar —continuó.

—Eso dígaselo a él, yo no soy su puta mensajera.

Lo empujé con las manos, él no cedió, ejerció presión, hundía los dedos en mi nuca y dolía, con mucho esfuerzo reprimí el dolor que me causaba.

—No, no eres su puta, eres más, ¿no? —Posó la mano en mi rodilla y avanzó entre mis muslos por encima de la tela— ¿Qué tienes entre las piernas que has hecho caer al Diablo?

—¿Acaso creé que mi vagina es lo mejor que tengo para ofrecerle a un hombre como él? —Increpé. Un brillo atravesó sus ojos.

—Adam tenía razón —la mención de su nombre me produjo escalofríos—, ¿qué haría el Diablo sin el calor de su infierno? ¿Congelarse?

—Averígüelo —lo reté—, después de todo, a veces el hielo quema más que el fuego.

Rio y al fin se apartó. Retrocedí lo más que pude, pegué mi espalda a la puerta, mis dedos se desplazaban silenciosamente hacia la manija.

Crueles instintos © [YA A LA VENTA EN LIBRERÍAS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora