Capítulo 43

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Dixon

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Dixon

El General Carter y yo no teníamos una buena historia.

Cuando lo conocí era un simple e insignificante coronel controlado por otros, ellos siempre acababan siendo nuestros títeres, por más que se esforzaran nunca podrían terminar con la mafia. Si mataban a uno de nosotros, otro ocuparía su lugar en menor tiempo de lo que a ellos les tomó derribarlo. Así fueran policías, coroneles o generales, todos estaban por debajo de mí.

Sin embargo, lo que le hice a Carter, puso su necesidad de matarme, como algo personal. El motivo siempre serían las mujeres. Y no lo culpaba, me acosté con su mujer en una de las fiestas de sociedad en las que estuve invitado, por supuesto, como el hombre de negocios que era.

Para desgracia de su mujer, él nos descubrió justo cuando terminaba de follarla y bien, no lo tomó de la mejor manera.

La asesinó. Claro, haciendo pasar su muerte como un accidente y jurando vengarse de mí algún día y al parecer ese día había llegado. Ni siquiera lo recordaba, eso sucedió hacia muchos años atrás, mi vigilancia estuvo sobre él, pero jamás imaginé que Harris fuera lo suficientemente imbécil para aliarse con ese pelele. Aunque me complacía tenerlos juntos, así los acabaría a ambos, no obstante, complicaría bastante las cosas que de por sí ya se encontraban tensas por aquí.

—Estás muy callado desde que recibiste esa llamada —señaló Holly.

—No te preocupes —besé su frente y la tomé de la mano—, nada que no tenga solución.

Asintió y caminamos por el pasillo hacia mi oficina. Holly insistió en volver, alegando estar cansada del encierro, a pesar de no quererla cerca por lo acontecido con Francis, de cierta forma me sentía más tranquilo teniéndola aquí, además, me ayudaba demasiado con todo este desastre. Había descuidado mis negocios y no podía seguir así.

—Te echaba de menos —murmuró, soltó mi mano y miró con amor su lugar de trabajo.

—Parece que ha pasado mucho tiempo —la abracé por detrás—, este sitio no es lo mismo sin ti.

—Lo sé.

Acarició mi mano y besó mi mejilla. Volvía a ser mi Holly con ropa fea y zapatos de abuela. Cómo la extrañé.

—Alguien vendrá, es una mujer —avisé, escrutó mi cara—, trabajará conmigo.

—De acuerdo, bebé —susurró. Evité rodar los ojos.

—No puedes llamarme así frente a mi gente —advertí.

Se mordió el labio y se encogió de hombros, retándome. Joder. Ella lo haría y yo respondería con mi estúpida cara de enamorado.

Sí, Holly me tenía agarrado de las bolas.

—Bien, señor Russo, ahora déjeme ordenar el desastre que han dejado aquí.

Crueles instintos © [YA A LA VENTA EN LIBRERÍAS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora