Capítulo 55

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Dixon

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Dixon

En el instante en que abordé el jet, llamé a Holly. Estuve estresado hasta la mierda, preocupado por el imbécil de Dexter y tratando de encontrarlo con vida; mi terapia para sacarme el estrés de encima, se redujo a asesinar, fue satisfactorio masacrar a tanta gente, no lo puedo negar y tampoco me podían culpar por disfrutarlo, seguramente ellos estarían igual de felices que yo si estuvieran en mi lugar.

—Hola, bebé, ¿cómo va todo? —Atendió la llamada tan dulce como siempre. Suspiré, dentro de mí sentí una calma gigantesca.

Escuchar la voz de Holly me daba mil años de vida. 

—Hola, nena. Dexter está vivo y bien —susurré cansado. Llevaba días sin dormir.

—Me alegra oír eso, ¿y tú cómo estás? Te extraño.

Tallé mi cara con la mano. Necesitaba dormir junto a mi chica, solo eso pedía: el calor de su espalda contra mi pecho. Joder. Casi podía oler el perfume de fresas de su cabello.

—De la mierda, carajo, quiero verte —mascullé frustrado—. ¿Mi bebé se encuentra bien? —La oí suspirar. Se ponía feliz cuando mencionábamos a nuestro hijo.

—Bien, creciendo. Vuelve pronto, Diablo, tu hijo y yo te esperamos.

—Ya voy en camino, cariño. ¿Puedo pedirte un favor?

—¿Qué favor necesita, señor Russo?

—Que me esperes desnuda.

—Ya lo estoy.

Su respuesta me hizo sonreír, solo ella ponía sonrisas en mi cara.

—Adelantándote a mis deseos.

—Lo conozco demasiado —recordó.

Recliné la espalda en el asiento y mi vista se perdió en la inmensidad del cielo. Cada vez faltaba menos para volver a ver a mi chica.

—Te amo.

—Y yo te amo a ti, Dixon.

Terminé la llamada sin que la sonrisa se esfumara. Mientras las horas transcurrían para acercarme a Holly, mi mente se dedicaba a imaginar cientos de escenarios futuros. Pensaba en la llegada de nuestro bebé, en mi boda con el amor de mi vida, en la casa que compraría para mi familia. Tendría un hogar que protegería a como diera lugar, sería mío y nadie más podría decir lo mismo.

Tiempo después el jet aterrizó sin problema. Bajé, acomodé mi saco y la corbata antes de subirme al auto; no pasó un minuto desde que puse los pies en tierra cuando mi móvil comenzó a timbrar con mensajes y al final, una llamada de padre. Confundido, atendí.

—¿Qué? —Espeté.

—¿Dónde estás? Tenemos una situación aquí, Dixon.

—¿De qué estás hablando? —Increpé.

Crueles instintos © [YA A LA VENTA EN LIBRERÍAS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora