Capítulo 26

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Holly

Papá no había salido de su habitación desde anoche.

Al decirle sobre Dixon esperé sus gritos, reproches y regaños, pero nada de eso ocurrió, él se levantó del sofá y se encerró en su habitación; no fui lo suficientemente valiente para ir y tocar su puerta, ni siquiera dormí, buscaba una manera para lidiar con su reacción, me dejó a la deriva.

¿Estaba molesto? ¿Quería procesar la noticia? ¿Aceptaría? ¿Se iría?

Toda la noche estuve dándole vueltas, haciéndome añicos la cabeza cuando bien podía ir y tratar de hablar con él. Ojalá mi cobardía me lo hubiera permitido.

El silencio se vio interrumpido por los golpes en la puerta, solté el plato sobre la mesa y la comida casi cae en ella; nerviosa me dirigí a abrirla. Inhalé hondo y abrí, sonreí de inmediato al ver a Dixon en el umbral. Su belleza exquisita fue un orgasmo visual con el que me deleité.

Mi hombre llevaba el cabello bien acomodado, venía ataviado en un traje oscuro ceñido a cada musculo de su perfecto cuerpo, loción varonil que me hizo suspirar y una sonrisa preciosa que me transmitió  calma, al menos durante algunos segundos.

—Hola, Bridger, buenos días —susurró.

Salí y cerré la puerta detrás de mí, rodeé su cuello y él mi cintura, se inclinó para alcanzar mi boca y me besó con dulzura; el sabor a menta de sus labios envolvió la calidez de los míos que los recibieron con cariño, sin embargo, la delicadeza de aquel beso no duró lo suficiente, mas no me quejé. Él me apretó la espalda contra la pared, su pecho se agitó al presionarse al mío. Arrastró los labios por mi mejilla y descendió a mi cuello, robándome el aliento por breves momentos, mientras mi piel se erizaba y el deseo por sentirlo más... íntimamente, crecía.

—Yo también te extrañé —bromeé.

—La presencia de tu padre me ha venido bien —mordió mi clavícula—, no hubiera podido resistir dos semanas... no contigo en mi cama cada noche.

Prosiguió deleitándose con mi cuello, sus manos amasaron mis senos por encima de la tela. Jadeé y me esforcé por apartarlo, subía la temperatura de mi cuerpo y eso no me dejaba pensar con claridad, me robaba la cordura, y como consecuencia, era capaz de permitirle que me tocara con mi padre a metros de nosotros en medio de un pasillo por el que cualquier persona podía aparecer.

—Dixon... para —pedí excitada.

—Eso quiero —se inclinó un poco—, pero mis manos no se quedan quietas.

—Ah... eso, ¿complejo de pulpo? —Cerré los ojos al primer contacto de sus dedos por el interior de mis muslos, estaba tocándome bajo la falda. ¿Qué demonios dije? ¿Pulpo? Dios.

—Quizá por eso me sientes en todas partes.

Mordisqueó mi mentón y luego mis labios, apartó la tela de mis bragas a un lado y tocó entre mis pliegues.

—Dixon... Dixon —intentaba coordinar mi lengua con mis pensamientos, pero él me lo ponía difícil—, alguien puede vernos.

—Aquí no —sus ojos en mi cara, sus dedos estimulaban mi clítoris, su mano libre acunaba mi mejilla—, este piso está vacío, no quería a nadie cerca de ti.

—Tienes severos problemas —susurré.

—No más que los tuyos, nena —me hizo mirarlo—, me tienes obsesionado, con un enfermizo deseo de poseerte en todos los sentidos —empujó un dedo dentro y contuve el aliento—, te consumiré.

Quise decirle que lo hiciera, pero mi calentura no podría más que mi buen juicio.

—Debes detenerte ya.

Crueles instintos © [YA A LA VENTA EN LIBRERÍAS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora