Capítulo 14

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Dixon

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Dixon

Ella no podía huir de mí.

Me negaba a dejarla ir, pero mientras se escabullía entre el gentío, permanecí quieto, ningún músculo de mi cuerpo se movió. La impresión que causó en mí fue tanta que bloqueó mis sentidos y solo me dejó sentirla a ella.

Su saliva aun prevalecía en mis labios, su perfume no se perdió entre el tumulto de olores que me rodeaban; no estaba, pero sentía la calidez que emanó su cuerpo al estar junto al mío. Jamás estuve tan atraído por una mujer y no le encontraba explicación alguna.

Lo que hubo en mi cabeza, ajeno a ella, se esfumó; quise mandar todo al demonio y quedarme a su lado.

Mierda.

Reaccioné y me moví a través de las personas, quitándolas de mi camino sin tener sutileza alguna; corrí hasta la entrada del club y al estar en el exterior  mis ojos recorrieron la calle de derecha a izquierda y cada rostro encontrado en mi campo de visión, no logré verla por ningún lado. No había rastro de ella. Se fue y ni siquiera sabía su nombre.

—Señor Russo, ¿está todo bien? —Me abordó uno de los guardias. Lo miré.

—¿Viste a una mujer salir? Vestido blanco, estatura media, castaña —dije deprisa. El hombre efectuó una mueca.

—Entran muchas mujeres con esas características —comentó apenado.

—No, no como ella —refuté—. Tenía un pase al área exclusiva.

—Lo averiguaré.

Se marchó y yo di un último vistazo a mi alrededor con la esperanza de encontrarla, mas fallé y regresé a mi lugar, ahí Connor me esperaba con un par de mujeres acompañándolo. Había trabajo del cual hablar, pero mi cabeza no me dejaba pensar en otra cosa que no fuera esa castaña. Qué mujer más hermosa.

—¿Y la castaña? No me digas que la dejaste ir —comentó Connor. Lo ignoré y tomé asiento.

Mi vista al frente, mis pensamientos con ella y la forma en que me retó. Hasta ahora solo Holly lo hacía sin reprimenda alguna de mi parte, y con esa mujer misteriosa tuve el mismo deseo de permitírselo. Podría decir que mi gusto por ella era a causa de su negación a seguir cualquier orden que saliera de mi boca y su deslumbrante belleza que opacó todas las que yo haya contemplado antes.

Sin embargo, sentí algo distinto al mirarla, aunque no se trató de una sensación desconocida y nueva, porque esta la experimenté hace poco, en México, con esa otra mujer de la que no recordaba nada y la cual tuve la estupidez de creer que se trataba de Holly.

¿Cómo pude siquiera contemplarlo? Holly era insulsa, un ratón de biblioteca incapaz de dar un buen beso. Quizá yo era el primero que besaba y no debí hacerlo. Me dejé llevar por recuerdos mezclados, estuve confundido y posé mi boca sobre la suya.

Crueles instintos © [YA A LA VENTA EN LIBRERÍAS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora