Capítulo 6

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Holly

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Holly

Se mantuvo callado en todo el trayecto al hospital, pero palpaba la ira emanar por cada poro de su cuerpo, el volante fue castigado por la fuerza de sus dedos que se contraían hasta volver los nudillos blancos mientras las venas se marcaban, alzando la tinta de los tatuajes en la piel.

Yo por otro lado seguía en shock, totalmente horrorizada y triste por el final de Darla. No la conocía lo suficiente, pero los pocos roces que tuve con ella me hicieron ver a una mujer buena y cálida, capaz de lidiar con el mundo de mafia al que los Russo pertenecían. Cuando la conocí solo pude describirla como un ángel, ahora, ella y su bebé de verdad se habían convertido en uno de ellos. Dios mío. No podía creer que estuviera muerta; y Dixon, Dixon no dejaría de sentir esa culpa, para él es como si hubiera sido su dedo el que presionara el gatillo. Lo comprendía, lo que le dijo a su hermano le pesaba y con esto lo haría aún más.

Dixon podría ser el mismo diablo dispuesto a convertir en un infierno todo lo que haya a su alrededor, pero jamás dudaría del amor que le tenía a su familia, aunque nunca lo demostrara con palabras, los hechos lo hacían por él.

Ahora lo veía ladrar órdenes a diestra y siniestra, no se despegaba del móvil, había un tumulto de sicarios en todo el hospital y las calles aledañas a él. No podía permitirse un ataque mientras la familia se encontraba vulnerable. En otro tiempo habría sentido pánico de todo lo que el apellido Russo significaba, pero hoy mantenía en mí toda la calma y actuaba con normalidad. Ya no era una chiquilla asustadiza, yo también tuve mis propios demonios y mi propia mierda, pese a que, todo ello estuviera escondido bajo llave, seguía ahí y nunca se iría.

—Aquí tiene señora, Russo —le entregué un café, sus ojos llenos de lágrimas me observaron—, bébalo, le hará bien.

—Gracias, Holly —dijo en voz mortecina.

Sus manos temblaron cuando cogió el vaso. Me tomé el atrevimiento de sentarme a su lado, la sala de esperaba donde nos encontrábamos se hallaba desocupada por personas ajenas a la familia, Dixon se encargó de ello, importándole poco si incomodaba a quienes esperaban por sus enfermos. Él era egoísta y en estos momentos lo comprendía.

—Siempre estás al pendiente —dio un sorbo, la tristeza ceñida a sus palabras—, eres quien lo mantiene a flote. Sé cómo debe sentirse.

—Solo hago mi trabajo, señora —murmuré.

—Haces más que eso, Holly —rectificó y suspiró, estremeciéndose—, mi niño está destruido al igual que su hermano. lo sé.

Ambas miramos a Dixon. A su padre no se le veía por ningún lado, al parecer estaba encargándose de recuperar el cuerpo de Darla.

—Sé lo que le dijo a su hermano, estaba arrepentido por eso, aunque no lo admitiera.

—Se preocupa, puedo entenderlo. Cuando supe que él venía al mundo, muchas veces pensé en impedirlo —no me tomó desprevenida su confesión—, temía por él, por lo vulnerable que sería y en lo que al final se convertiría.

Crueles instintos © [YA A LA VENTA EN LIBRERÍAS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora