Capítulo 8

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Holly

Solo lo escuchaba hablar deprisa a través de su móvil, como siempre, ladraba ordenes a quien sea que estuviera del otro lado; mi vista prendada al exterior sobre el aeropuerto mientras avanzábamos hacia la pista donde el Jet privado esperaba.

La semana pasó muy rápido, tuve muchísimo trabajo, tanto en la universidad como en la oficina, a Dixon no se le veía mucho por ella, estaba concentrado en encontrar a los responsables de la muerte de Darla. Aunque debo mencionar que noté cierta distancia impuesta por su parte, las bromas conmigo acabaron y su actitud "extraña" también. Solo me dirigía la palabra para lo necesario y lo confieso, me sentí aliviada de que volviéramos a tomar los roles que teníamos.

No era una estúpida para no notar el cambio entre nosotros, la forma en que me miraba no pasaba desapercibida para mí, como si estuviera dándose cuenta de quien era debajo de las ropas holgadas que usaba, y me aterraba que lo descubriera.

No quería a un hombre como Dixon Russo en mi vida.

Al menos no de manera sentimental o sexual. Poseía muy buen autocontrol, que ni siquiera me inmuté al verlo desnudo, pese a que, por dentro haya gritado como una loca al descubrir la magnitud de sus proporciones y ahí fue entendible por qué tenía a todas las mujeres rendidas a sus pies. Si yo fuera débil, habría estado en la misma posición que ellas, pero no. Dixon no me impresionaba, había convivido tanto con él que ya ni siquiera lograba ponerme nerviosa.

Sí, me gustaba, pero solo eso. Si llegaba a suceder algo, lo cual duda, yo no sería una más en su lista, él sería uno más en la mía.

Reí por dentro. Uno más... claro, ni siquiera había tenido un primero.

Suspiré. La confianza sobre mi cuerpo no se la daría a cualquiera.

El auto se detuvo, el chofer abrió la puerta de Dixon y otro hombre abrió la mía, me dedicó una sonrisa amable que devolví y seguí a mi jefe que se precipitó hacia el interior del Jet sin soltar su móvil. Definitivamente sería un fin de semana largo, al menos me quedaba tranquila de que Theo se quedó en las buenas manos de Francis, quien, siendo obligado por Dixon, estaría a cargo de mi gato. Había sido un pretexto más mío para no viajar con Dixon el no tener quien cuidara de él, pero se las apañó, como siempre y aquí estábamos.

Al entrar al lujoso Jet con olor a piel, avancé por el pasillo hacia el asiento posterior que el de mi jefe.

—La quiero sentada frente a mí, Bridger —dijo, deteniendo mis intensiones de mantenerme alejada de él. Maldije por lo bajo y me volví.

Me senté frente a él sin rechistar, coloqué mi cinturón sin mirarlo a la cara. La llamada había terminado y ahora me daba su atención y no me gustaba. Me escrutaba minuciosamente y yo detestaba tener los ojos de cualquier persona sobre mí por mucho tiempo, me incomodaba.

—¿Reservó en el hotel? —Preguntó, mi vista en sus rodillas— No quiero quedarme cerca de Gallardo.

—Sí, señor, la mejor suite para usted.

—¿Y la suya?

—Justo un piso debajo del suyo. —Chasqueó la lengua.

—Cambie la habitación, la quiero cerca de mí —detalló. Alcé la cara.

—¿Qué caso tendría? Podría estar con usted en minutos.

—No me cuestione y haga lo que le digo —aseveró. Respiré profundo.

—Bien.

Despegamos en silencio. Él seguía mirándome y estaba desesperándome, me observaba como quien intenta descifrar algún mapa. Sin embargo, cuando estuvimos en el aire, una sobrecargo se acercó, ofreciéndole un vaso con whisky o ron, lo ignoraba; fue imposible no notar como ella casi le ponía sus enormes senos en la cara a mi jefe, mientras que él parecía divertido con que lo hiciera. Se lanzaron una mirada y supe lo que sucedería a continuación.

Crueles instintos © [YA A LA VENTA EN LIBRERÍAS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora