Capítulo Final

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Dixon

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Dixon

Había aprendido a saber lo que quería, era capaz de identificar su llanto. Aprendí cuan frágiles y tiernos eran. Pasé de oler a loción, a tener encima ese característico aroma de bebé que no solo se basaba en el perfume y talco que usaba, sino en su vomito cuando la sostenía para sacarle el aire y a orina cuando se hacia encima mientras le cambiaba el pañal.

Y a pesar de estar cubierto de mierda, no había en mí ni un ápice de enojo o repugnancia. Solía reírme por la situación, divertido por la cara inexpresiva de Molly al verme manchado. Parecía que me marcaba para que donde estuviera, pudieran percatarse de que tenía una hermosa hija esperando en casa por mí.

Mis partes favoritas con Molly era por las noches, cuando Holly dormía y solo estábamos ella y yo, ambos mirándonos a los ojos mientras ella se alimentaba en silencio; no paraba de verme y yo sentía que lo hacia con adoración, como si yo fuera su Dios, lo que mi niña más amaba. Y experimentar esa sensación me volvía invencible, tan poderoso por saber que era amado incondicionalmente. Sin importar lo que hiciera o fuera, Molly estaría ahí, se quedaría y continuaría amándome para siempre.

—¿Aún no duerme? —Preguntó la adormilada voz de mi esposa. Me giré a verla por encima de mi hombro.

Tenía el camisón oscilándole hacia un lado, uno de sus senos estaba al descubierto, tenía el cabello hecho una maraña y ojeras bajo sus ojos. Aunque yo intentaba que descansara, no dormía lo suficiente, quería estar al pendiente de Molly en todo momento, como si temiera que fuera a desaparecer.

—Está alimentándose.

—Dámela, yo terminaré de alimentarla.

—Nena, apenas puedes mantener los ojos abiertos —me acerqué a ella—, descansa. Sabes que no permitiré que nada le suceda, puedes dormir tranquila.

Soltó un suspiro y se talló la cara con las manos. Supe que algo le ocurría por la expresión que se esforzaba por evitar mostrarme.

—Dime que pasa —pedí, sentándome a su lado—, tú no eres de las que se calla las cosas.

Acomodé a Molly entre mis brazos, sostenía su biberón. En el día solía tomar más del pecho de Holly. Ambos lo hacíamos, pero ese era otro tema.

—Me da miedo que esta vida te aburra, ser papá, esposo —suspiró de nuevo—, tuve una pesadilla y ese temor se quedó en mi cabeza.

—¿Aburrirme? Cariño, me divierte demasiado andar cubierto de vomito, mierda y orina de bebé —la tomé de la mano—, me divierte aprender contigo a como ser padre. Yo estoy enamorado de ti, Holly, y de la vida que me has permitido tener.

Comenzó a llorar y ella nunca lloraba, reparé entonces en que no había visto más allá. Estaba tan ensimismado con Molly, tan feliz por tenerla en casa, que no vi que las ojeras de Holly no eran solo por los desvelos.

Crueles instintos © [YA A LA VENTA EN LIBRERÍAS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora