Capítulo 9

805K 66.4K 47.8K
                                    

Es corto porque en serio tengo sueño, pero quería dejarles capítulo, perdón por no responderles el anterior todos los comentarios, en este trataré. Los quiero :)

 Los quiero :)

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Dixon

Estaba dándole vueltas a la actitud de Holly.

En los dos años que llevaba conmigo, nunca la vi llorar, ni siquiera cuando aquel sujeto se quiso propasar con ella y yo terminé matándolo frente a sus ojos. Sí, se mostró afectada y horrorizada, mas no fue de las que entraban en pánico de forma dramática, por el contrario, me agradeció y me tomó un segundo ofrecerle ayuda. Ella aceptó.

La vi crecer a mi lado, con sus caminados torpes, sus dedos de mantequilla y el sonrojo que sobresalía cuando se sentía nerviosa o intimidada. Estuve en cada faceta suya, desde la Holly enojada, hasta la Holly bromista, pero nunca la triste, al menos no lo estuvo frente a mí.

Jamás la había visto llorar y hacia un rato parecía destrozada, por primera vez me permitió ver a través de ella y lo que encontré no me gustó, en sus ojos solo había remordimiento y culpa. La duda me carcomía, quería saber qué le pasaba, qué había sido tan poderoso para quebrarla de esa forma. Y luego me recriminaba por estarle dando vueltas a algo que no debía interesarme, pero aquí estaba, ahuyentándola de mi mente y al mismo tiempo atrayéndola. Jodido.

Bebí un trago largo de vodka y miré la hora en mi reloj. Gallardo estaba retrasado por media hora. Bastardo.

Bien podría largarme al hotel y sacarle la verdad a Holly, seguro me la diría si presionaba lo suficiente.

Detente ya. Carajo.

Volví a beber y esta vez pedí la botella. Había dos mujeres sentadas a cada uno de mis costados, me tocaban y tentaban, mas mi cabeza seguía en otro lado.

—¿Qué pasa? ¿Pensando en amores? —Se mofó su estúpida voz con acento español. Resoplé y lo miré con desdén.

—Llegas tarde, idiota impuntual. —Rio y tomó asiento delante de mí.

—El trafico —se excusó—, qué bien te ves, el tiempo te ha tratado bien.

—No puedo quejarme —acepté.

Una de las mujeres le trajo un trago mientras otra se le sentaba en las piernas, para Gallardo fue un cero a la izquierda, ni siquiera la miró. Entorné los ojos.

—¿Desde cuándo eres fiel? —Bufoneé. Serví más alcohol en mi vaso, quería emborracharme.

—Con lo que tengo en casa me basta, no necesito más —simplificó, tomándome desprevenido.

—Cuidado, que cuando ella sepa todo, estarás jodido. —Bebió y tensó la mandíbula.

—Lo sé, pero podré manejarlo —le restó importancia—. Sé que viniste por una razón más fuerte que la de mi boda.

Crueles instintos © [YA A LA VENTA EN LIBRERÍAS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora