Capítulo 39

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Dixon

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Dixon

Desaté el nudo de la bata, Holly detuvo mis movimientos enseguida.

—Déjame hacerlo sola —pidió.

—¿Por qué no quieres que te vea? En la clínica hiciste lo mismo —reproché. La miraba a través del espejo.

—Estoy muy lastimada, Dixon, prefiero que no me veas.

—Mi furia seguirá siendo la misma.

Suspiró resignada y aceptó sin más. Le saqué la bata de encima y esta cayó al suelo, proseguí con el sostén, las bragas y al final el vendaje que mantenía la herida de su costado apretada para facilitarle un poco más los movimientos.

Cuando contemplé su reflejo sin una prenda de por medio, mi mente me gritó lo mentiroso que era, porque mi furia no siguió igual, sino que se incrementó de una forma que llegó a sorprenderme.

Había hematomas por cada espacio de su piel, en sus costillas eran más notables. La herida que ese bastardo le hizo era grande y las puntadas dejarían una cicatriz peor que la anterior. Solo de pensar en ese filo abriéndose paso por su carne, lastimándola y causándole daño, dolía y quemaba por dentro. Le costó tanto superar su dolor y nuevamente lo habían traído, no solo lastimó por fuera, lo hizo también por dentro, y esas heridas serían más difíciles de cerrar.

—Por esto no quería que me vieras.

—Es que debí castrarlo —siseé. Aunque eso probablemente le habría causado la muerte y no quería matarlo... aún.

Se volvió hacia mí, con cuidado extendió los brazos y tomó mi cara entre sus manos temblorosas. Perdió peso, a pesar de comer bien, las costillas se pronunciaban bajo su piel morada y rojiza.

—No lo pienses más, por favor. Necesito que seamos solo nosotros.

—Me cuesta una puta onza de autocontrol.

—Lo sé, pero hazlo por mí, ¿por favor? Quiero ducharme y luego dormir entre tus brazos. Pasé días en esa camilla y hoy necesito de ti.

Se me dificultaba como el demonio ceder, mantenerme cuerdo y no caer en la crueldad de mis instintos y la necesidad de sangre que poseían mis impulsos.

Deposité un beso en su frente y con cuidado la metí dentro de la tina. Afortunadamente no tuvo lesiones en la cabeza, solo golpes que le darían dolores de cabeza, sus piernas no se fracturaron, eso también era un milagro.

La senté con cuidado, sabía que le dolía la herida, pero no quiso meterse a la ducha. Tallé su cabello, masajeándole el cráneo.

—Extrañaba una buena ducha —susurró—, y tus manos en mi cuerpo.

—Solo las mías, nadie pondrá un dedo sobre ti otra vez.

—Confío en ti.

Y no la defraudaría de nuevo. Su seguridad era lo más importante, esto no podía repetirse.

Crueles instintos © [YA A LA VENTA EN LIBRERÍAS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora