Capítulo 61

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Dixon

Bebía sin control. Acabé la botella de whisky y continuaba con la segunda.

Esperaba arriba del jet, no faltaba mucho para que la persona que esperaba arribara aquí esperando huir de su destino, el mismo que yo tenía en mis manos.

Mi arma descansaba encima de la mesa frente a mí, el cargador lleno de balas, pero solo necesitaba una, o quizá ni siquiera la usaría y elegiría hacerlo con mis propias manos. Necesitaba acabar cuanto antes con mis "pendientes", después de este quedaría uno más y entonces podría llevar a cabo mi boda con el amor de mi vida.

Pasados los minutos oí ruidos afuera, el característico sonido del motor de los autos y enseguida, los pasos fuertes andando por encima de la escalera, un par de movimientos y al final, estuvimos cara a cara; la sorpresa cruzó sus rasgos en cuanto me miró, la puerta detrás de él se cerró y con un movimiento de mi mano le ordené que tomara asiento. Sus ojos se posaron en el arma y luego otra vez en mí mientras actuaba cauto.

—¿Qué haces aquí? —Cuestionó, acomodaba su corbata sin apartar la mirada de mí.

—No necesitas ser un adivino para saberlo —mencioné bajo.

—¿Tú quieres matarme? —Inquirió incrédulo.

—No, no quiero, voy a hacerlo, padre —afirmé sin titubear.

Se sirvió un trago y reclinó la espalda en el asiento. Bebió despacio y desvió la mirada hacia la ventanilla. El jet se mantenía quieto, en contra de lo que padre planeaba, no se elevaría ni lo llevaría lejos de aquí, su estadía en mi ciudad y en la tierra, caducaba hoy.

—Violaste a mi madre —susurré, no se inmutó—, violaste a Darla —tensó la mandíbula y bebió el contenido del vaso de golpe—, por tu culpa crecí sin el amor de mi madre, aunque no la justifico, esa perra pudo haber tomado otras decisiones.

—Tu madre me hizo un favor al matar a Darla —suspiró con melancolía—, tú me hiciste uno matándola a ella.

El vaso de vidrio se rompió en mi mano, los trozos filosos se hundieron en mi palma, la sangre se derramó en el suelo y mi mandíbula no podía estar más tensa. Tuve la necesidad de incorporarme y sujetarlo del cuello hasta asfixiarlo. Merecía morir, tal vez no por mi mano, pero mis deudas las cobraba yo y eso no cambiaría, pese a que, esto dejara más secuelas dentro de mí, no importaba, lidiaba con ellas sin permitir que mi mierda cayera encima de las personas que amaba.

—Te respetaba y a ella la amaba —cogí el arma—, ninguno de los dos me merecía.

—Lidia con eso, Dixon —me miró—, no perteneces a ningún lado. Eres una decepción y acabarás como yo.

Me incorporé del asiento, corté el cartucho del arma y apunté a su sien. Él continuaba mirando por la ventanilla.

—No, padre, no será mi hijo quien ponga una bala en mi cabeza.

—No te confíes, encontrarás la manera de arruinarlo. Eres crueldad, Dixon, eres el Diablo, personas como tú no pueden, ni merecen ser felices.

—Mírame —ordené, evité prestarles demasiada atención a sus palabras—, ¡mírame, carajo!

Lento volvió el rostro hacia mí. Vi mi reflejo en sus ojos, la adrenalina se disparó y el latir de mi corazón penetraba mis oídos con vigor.

—Te veré en el infierno —dijo.

—Procura no encontrarme allá, porque ahí también me encargaré de ser tu verdugo.

Un movimiento de mi dedo, un simple desliz que activó el arma, la bala salió deprisa y atravesó su frente. Un disparo limpio y certero que se quedó adherido a mi memoria; su cabeza cayó hacia atrás, su cuerpo se relajó y la sangre manchó los asientos.

Crueles instintos © [YA A LA VENTA EN LIBRERÍAS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora