Capítulo 34

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Dixon

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Dixon

La penetraba con violencia mientras le chupaba las tetas.

Su menuda figura se alzaba al ritmo frenético de las estocadas que daba contra ella. Sus uñas se marcaban en mis hombros, había roto los botones de mi camisa para poder arañarme la piel, le gustaba marcarme tanto como a mí me excitaba que lo hiciera.

—¿Por qué no gimes, Bridger? —Mordí su pezón, tiré de él y lo rodeé con la lengua. Siseó.

—Tenemos compañía... justo ahí —susurró, mordiéndose el labio.

—Que se vayan a la mierda, no te reprimas por ellos —aconsejé.

Amasé su culo con ambas manos, contoneando sus caderas sobre mi pene. Gruñí extasiado por lo apretado de su coño y la humedad que desbordaba en cada estocada.

—Oh Dios —arañó con furia—, no puedo creer que estoy dejando que me folles en el asiento de tu Jet.

—Otra superficie más a la lista, cariño. Voy a follarte en muchas partes.

Sacudió su cuerpo, la piel se le erizó, sus pezones se pusieron más duros y me prendí de ellos como un poseso; su piel sabía a gloria, di un lengüetazo tras otro, la tocaba por todas partes, palpé el sudor en la línea de su columna, estaba caliente y más que sonrojada.

—Qué rico te mueves —lamí su labio inferior—, vamos a ejercitar tu coño muy bien —empujé hacia arriba, gimió—, para que sepas cuando debes apretarme.

—¿Cómo puedes follar y hablar al mismo tiempo?

Su mirada se fijó hacia arriba, probé el sudor de su garganta y bajé hasta sus tetas otra vez. Mis marcas estaban ahí, adornándole el escote, así no podría mostrarlo. Llámenme posesivo, me importaba una mierda, ella me pertenecía... solo mía, mía nada más.

—Me pongo romántico cuando estoy caliente —sonrió y meneó la cabeza—, me gusta susurrarte cosas sucias al oído y hacer que te mojes más.

La sostuve de la espalda con una mano, su peso no era ningún problema. Mi mano libre se deslizó entre nuestros cuerpos y sin dudar hurgué en el paraíso que escondía en la unión de sus piernas.

—Te pones humedad al oírme, ¿no? —Jadeó y mencionó mi nombre en voz mortecina— Te sonrojas y tus pliegues se hinchan y se abren —la toqué por toda la hendidura—, tu clítoris se endurece, aclama por la atención de mi boca... o de mis dedos.

—Mierda —tensó cada musculo mientras la estimulaba—, no te detengas.

—¿Por qué lo haría? —Solté mi aliento a través de sus rosáceas piedrecillas— Tocarte me excita, masturbarme mientras te miro abierta... el coño brilloso por tus fluidos y mi saliva, ver tu vagina escurrir, palpitar... pidiéndome, solo a mí.

Crueles instintos © [YA A LA VENTA EN LIBRERÍAS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora