UNA SUPLICA

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Concord, Massachusetts, Octubre 30, 1902

Las ovejas están de muy mal humor hoy día mientras Félix intenta pasearlas de un campo a otro. Ellas han resistido pinchazos, malas palabras y empujones, insistiendo en que la hierba de su campo actual es mucho mejor que el césped justo en el otro lado de la puerta en el muro bajo de piedra, no importa cuánto Félix intente persuadirlas de lo contrario.

Y luego hay una voz detrás de él.

—Hola, Félix.

Bridgette se ve fuera de lugar, de alguna manera, parada allí en el otro lado del muro. La luz del día es demasiado brillante, el entorno demasiado mundano y verde. Su ropa, incluso a pesar de que son de incógnito y no su ropa de circo, parece muy elegante. Su falda demasiada arrugada por todos los días; sus botas, aunque polvorientas, muy delicadas y poco prácticas para caminar a través de una granja. No lleva sombrero, su pelo azul suelto, azotando su cabeza en el viento.

—Hola, Bridgette —le dice una vez que se recupera de su sorpresa—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Necesitaba de hablar acerca de algo contigo —dice ella—. Preguntarte algo, quiero decir.

­—¿No podía esperar hasta esta noche? —pregunta Félix, se había reunido con Bridgette y Marin tan pronto como el circo abría, convirtiéndose en una rutina todas las noches.

Bridgette sacude la cabeza.

—Pensé que sería mejor darte tiempo para pensar —dice ella.

—¿Pensar en qué?

—Pensar en venir con nosotros. —Félix parpadea frente a ella.

—¿Qué? —se las arregla para preguntar.

—Esta noche es la última aquí —dice ella—. Y quiero que vengas con nosotros cuando nos vayamos.

—Estás bromeando —dice Félix. Bridgette sacude la cabeza.

—No lo estoy, te juro que no lo estoy. Quería esperar hasta que estuviera segura de que era lo correcto para preguntar, lo correcto a hacer, y estoy segura ahora. Es importante.

—¿Qué quieres decir? ¿Qué es tan importante? —pregunta Félix.

Bridgette suspira. Mira hacia arriba, como buscando las estrellas ocultas tras el cielo azul salpicado con tenues nubes blancas.

—Sé que se supone que vengas con nosotros —dice ella—. Sé esa parte con certeza.

—¿Pero por qué? ¿Por qué yo? ¿Qué haría, sólo acompañarlos? No soy como tú o Marin, no puedo hacer nada especial. No pertenezco al circo.

—¡Perteneces! Estoy segura de que lo haces. No sé por qué todavía, pero estoy segura de que perteneces conmigo. Con nosotros, quiero decir. —Una línea escarlata de rubor aparece en sus mejillas.

—Me gustaría, en serio. Sólo... —Félix mira a su alrededor a la ovejas, la casa y el establo alineado en la colina llena de manzanos. O bien se resolvería el argumento de la Universidad de Harvard frente a la granja o se haría mucho, mucho peor—. No puedo irme —dice, aunque no es, piensa, lo que quiere decir.

—Lo sé —dice Bridgette—. Lo siento. No debí preguntártelo. Pero creo que... No, no creo, lo sé. Sé que si no vienes con nosotros no vamos a volver.

—¿No van a volver aquí? ¿Por qué?

—No regresaremos a ninguna parte —dice Bridgette. Ella levanta lo ojos hacia el cielo nuevamente, frunciendo el ceño antes de volver a fijarse en Félix—. Si no vienes con nosotros, no habrá ningún circo, no más. Y no me preguntes por qué, ellos no me lo dicen. —Hace un gesto hacia el cielo, hacia las estrellas, más allá de las nubes—. Ellos dicen que para que haya un circo en el futuro, necesitas estar allí. Tú, Félix. Tú, yo y Marin. No sé por qué es importante que seamos nosotros tres, pero lo es. Si no es así, simplemente se derrumbará. Ya está empezando.

Le cirque des Rêves (Adrinette/Feligette)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora