EN MEMORIA DE ELLA CESAIRE

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Glasgow, Abril 1895

El funeral es pequeño, a pesar del número de presentes. No hay sollozos o estrujones de pañuelos. Hay un destello de color entre el tradicional negro. Ni siquiera la lluvia puede meterse a través de ellos para crear un ambiente de verdadera desesperación. Simplemente forma uno de melancolía profunda.

Quizás es porque no se siente como si Ella Cesaire se haya ido del todo, cuando su hermana está sana y salva. Una mitad del par sigue vivito y coleando.

Y al mismo tiempo algo parece sorprendentemente mal ante quienes ven a la hermana viva. Algo que todavía no pueden descifrar. Algo fuera de lugar.

Una lágrima ocasional cae por las mejillas de Etta Cesaire pero agradece cada frase con una sonrisa y también agradece su presencia. Hace bromas que Ella habría disfrutado de no estar en el ataúd. No hay más miembros de la familia presentes, aunque algunos asistentes dan por sentado que la mujer de cabello blanco y el hombre con gafas que estaban de pie a cada lado de la silla de Etta son su madre y su marido, respectivamente. Aunque eso es incorrecto ni la señora Gina ni el señor Ramier lo desmienten.

Hay infinidad de rosas. Rosas rojas, rosas rosadas, rosas blancas. Incluso hay una rosa negra entre los arreglos, aunque nadie sabe de dónde salió. André sólo se acredita las rosas blancas, de las cuales puso una en el ojal que toqueteó distraídamente todo el servicio.

Cuando Etta habla de su hermana sus palabras son recibidas con suspiros y risitas y sonrisas tristes.

—No lloro la muerte de mi hermana porque ella siempre estará conmigo, en mi corazón —dice—. Sin embargo, me molesta un poco que Ella me haya dejado para enfrentar al mundo sola. No veo tan bien sin ella. No oigo tan bien sin ella. No siento tan bien sin ella. Estaría mejor sin una mano o sin una pierna que sin mi hermana. Entonces al menos ella estaría aquí para burlarse de cómo me veo y alardear de que sería la más linda. Todos hemos perdido a nuestra Ella, pero yo también he perdido una parte de mí misma.

En el cementerio hay un sólo intérprete que incluso algunos presentes que no pertenecen a Le Cirque de Rêves reconocen, aunque la mujer está cubierta de pies a cabeza en color blanco nieve le ha añadido un par de alas de plumas a su disfraz. Caen por su espalda y se mueven suavemente con la brisa mientras ella se queda quieta como una piedra. Muchos de los presentes parecen sorprendidos por su presencia pero siguen el ejemplo de Etta quien está maravillada al ver el ángel viviente que está sobre la tumba de su hermana.

Después de todo, fueron las hermanas Cesaire quienes iniciaron la tradición de estas estatuas en el circo. Intérpretes de pie duros como la piedra con disfraces elaborados y la piel pintada sobre plataformas en precarios espacios entre las carpas. Si se los ve por horas, a veces cambian totalmente de posición, pero el movimiento será agonizantemente lento, hasta el punto de que varias personas insisten que son autómatas inteligentemente elaborados y no personas reales.

El circo tiene varios de estos artistas. La Empresa de la Noche llena de estrellas. El Pirata del carbón negro. El que ahora está sobre Ella Cesaire es normalmente conocido como la Reina de la Nieve.

Hay unos suaves sollozos mientras el ataúd es bajado a la tumba, pero es difícil decir de quién vienen, o si es en cambio un coro de los suspiros grupales.

La lluvia aumenta y los paraguas salen como hongos entre las tumbas. La tierra sucia se convierte rápidamente en lodo y los que quedaron del entierro debieron adaptarse al clima.

La ceremonia se desvanece más que terminar apropiadamente, los dolientes pasaron de ser un grupo cerrado a gente dispersada sin previo aviso. Algunos se atrasaron para darle a Etta sus últimas condolencias, aunque varios se fueron a refugiar bajo un techo por la lluvia antes de que terminaran de tapar la tumba.

Le cirque des Rêves (Adrinette/Feligette)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora