CARTOMANCIA

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Concord, Massachusetts, Octubre 1902

A medida que seguía caminando alrededor del circo, el camino de Félix lo conduce de nuevo al patio. Se detiene brevemente para mirar la hoguera brillante y luego a un vendedor para comprar una bolsa de chocolates para compensar la mayoría de su cena sin comer. Los chocolates tienen formas de ratones, con orejas de almendras y colas de regaliz.

Come inmediatamente dos y pone el resto en la bolsa en el bolsillo de su abrigo, esperando que no se derritan.

Elige otra dirección para dejar el patio, dando vueltas lejos de la hoguera nuevamente.

Pasa varias carpas con carteles interesantes, pero ninguno al que se sienta obligado a entrar todavía, aun reproduciendo la actuación del ilusionista en su mente. Cuando el camino gira, llega a una carpa pequeña, con un hermoso cartel elaborado:

Adivina.

Puede leer eso con facilidad, pero el resto es un complejo remolino de letras intrincadas, y Félix tiene que acercarse para leer:

Destinos predichos y los más oscuros deseos revelados.

Félix mira en torno suyo. Por un momento, no hay nadie más a la vista en cualquier dirección, y el circo se siente inquietantemente similar a la forma que tenía cuando se coló por la valla a medio día, como si estuviera vacío alrededor —a excepción de sí mismo— de las cosas, y personas que siempre están allí.

La discusión en curso sobre su propio futuro hace eco en sus oídos mientras entra a la carpa.

Félix se encuentra en una habitación que le recuerda la sala de su abuela, sólo oliendo menos como a lavanda. Hay asientos, pero todos están desocupados, y un candelabro brillante captura la atención de Félix por un momento antes de que note la cortina.

Está hecha de cadenas de perlas brillantes. Félix nunca ha visto nada igual. Brilla en la luz, y no está completamente seguro si debería atravesarla o esperar por algún tipo de señal o aviso. Mira en torno a sí por un cartel informativo pero no lo encuentra. Se queda de pie, confundido, en el vestíbulo vacío, y luego una voz lo llama desde detrás de la cortina de abalorios.

—Entra, por favor —dice la voz. La voz calmada de una mujer, y suena como si estuviera de pie junto a él, aunque Félix está seguro de que la voz provenía de la habitación de al lado. Tímidamente pone una mano para tocar las perlas, las cuales son suaves y frías, y descubre que su brazo se desliza fácilmente a través de ellas, se separan como agua o césped alto. Las perlas traquetean cuando las hebras chocan entra sí, y el sonido que hace eco en el espacio oscuro suena como lluvia.

La habitación en que se encuentra ahora es más pequeña que la sala de su abuela. Está lleno de velas, y hay una mesa en el centro, con una silla vacía por un lado y una señora, vestida de negro con un largo y diminuto velo sobre su rostro, sentada al otro lado. Sobre la mesa hay un juego de cartas y una gran esfera de cristal.

—Toma asiento, por favor, jovencito —dice la señora, y Félix camina unos cuantos pasos hasta la silla vacía y se sienta. La silla es cómoda para su sorpresa, no como las sillas duras de su abuela, aunque lucen notablemente similares. Sólo ahora a Félix lo alcanza la idea de que, excepto la chica del cabello azul, nunca ha escuchado a alguna persona del circo hablar. La ilusionista estuvo silenciosa en su actuación, aunque en su momento no lo notó.

—Me temo que se requiere el pago antes de que podamos empezar —dice la adivina. Félix está aliviado de tener dinero extra en su bolsillo por gastos imprevistos.

—¿De cuánto es el pago? —pregunta.

—Lo que desees pagar para vislumbrar tu futuro —dice la adivina. Félix se detiene a considerarlo por un momento. Es extraño, pero justo. Saca lo que espera sea la cantidad adecuada de su bolsillo y lo pone en la mesa, la mujer no recoge el dinero sino que pasa su mano por encima, y desaparece. —Ahora, ¿qué te gustaría conocer? —pregunta.

Le cirque des Rêves (Adrinette/Feligette)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora