ANHELOS Y DESEOS

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París, Mayo 1891

Cuando la cortina de cuentas se parte con un sonido de lluvia, es Adrien quien entra a la cámara de la adivina, Lila inmediatamente saca el velo de su rostro, la negra seda imposiblemente delgada flotando sobre su cabeza como una niebla.

—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunta.

—¿Por qué no me contaste acerca de esto? —Ignorando su pregunta, él sostiene un cuaderno abierto, y en la luz parpadeante Lila puede percibir un árbol negro desnudo. No es como los árboles que están inscriptos en tantos de los libros de él, éste está cubierto de velas blancas que chorrean. Rodeando el dibujo principal hay esbozos detallados de ramas retorcidas, capturando varios ángulos diferentes.

—Este es el Árbol de los Deseos —dice Lila—. Es nuevo.

—Sé que es nuevo —dice Adrien—. ¿Por qué no me contaste acerca de él?

—No he tenido tiempo de escribirte —dice Lila—. Y ni siquiera estaba segura si era algo que tú habías hecho o no. Parecía algo que podrías haber hecho. Es adorable, la forma en que los deseos se agregan a él, al encender velas con otras que ya están encendidas y agregándolas a las ramas. Nuevos deseos encendidos por viejos deseos.

—Es de ella —dice Adrien simplemente, retirando el cuaderno.

—¿Cómo puedes estar seguro? —pregunta Lila.

Adrien hace una pausa, mirando el esbozo, molesto por no haber podido capturar adecuadamente la belleza de la cosa en dibujos hechos con apuro.

—Puedo sentirlo —dice él—. Es como saber que viene una tormenta, el cambio en el aire a tu alrededor. Tan pronto como entré a la carpa pude sentirlo, y es más fuerte cerca del árbol. No estoy seguro de que fuera perceptible si uno no estuviera familiarizado con tal sensación.

—¿Piensas que ella puede sentir lo que tú haces en la misma forma? —pregunta Lila.

Adrien no ha considerado esto antes, aunque puede ser verdad. Encuentra la idea extrañamente agradable.

—No lo sé. —Es todo lo que le dice a Lila.

Lila empuja una vez más detrás de su cabeza el velo que está deslizándose por su rostro.

—Bueno —dice—. Ahora sabes de él y puedes hacerle lo que quieras.

—No funciona de esa manera —dice Adrien—. No puedo usar nada que ella haga para mis propios propósitos. Los lados necesitan permanecer separados. Si estuviéramos jugando una partida de ajedrez, yo no podría simplemente sacar sus piezas del tablero. Mi única opción es tomar represalias con mis propias piezas cuando ella mueva las suyas.

—Pero entonces no puede haber un final de juego —dice Lila—. ¿Cómo puedes hacer jaque mate a un circo? No tiene sentido.

—No es como el ajedrez —dice Adrien, esforzándose por explicar algo que él finalmente ha comenzado a entender, aún cuando no puede articularlo adecuadamente. Mira la mesa donde unas pocas cartas permanecen con la cara hacia arriba, una en particular atrapando su atención—. Es como esto —dice, señalando la mujer con la balanza y la espada, La Justice escrito debajo de sus pies—. Es un juego de balanzas: un lado es mío, el otro es de ella.

Un juego de balanzas de plata aparece en la mesa entre las cartas, balanceándose precariamente, cada lado con una pila de diamantes que brillan a la luz de las velas.

—¿Así que el objeto es inclinar la balanza a tu favor? —pregunta Lila.

Adrien asiente, pasando las páginas del cuaderno. Sigue volviendo a la página con el árbol.

—Pero si ustedes dos siguen agregando a cada uno de sus lados de la balanza, aumentando el peso de cada lado... —dice Lila, observando la balanza que se mece delicadamente—. ¿No se romperá?

—No creo que sea una comparación exacta —dice Adrien, y la balanza desaparece.

Lila frunce el ceño al espacio vacío.

—¿Cuánto tiempo durará esto? —pregunta.

—No tengo idea —dice Adrien—. ¿Quieres irte? —agrega mirándola, inseguro de qué respuesta quiere para la pregunta.

—No —dice Lila—. No... no quiero irme. Me gusta aquí, sí. Pero también me gustaría entender. Quizás si entendiera mejor podría ser de más ayuda.

—Tú eres de ayuda —dice Adrien—. Quizás la única ventaja que tengo es que ella no sabe quién soy. Sólo puede reaccionar ante el circo y yo te tengo a ti vigilándola.

—Pero no he visto ninguna reacción —protesta Lila—. Es muy discreta. Lee más que cualquier persona que haya conocido. Los gemelos Murray la adoran. Ha sido gentil conmigo. Nunca la he visto hacer una cosa fuera de lo ordinario más allá de sus representaciones. Tú dices que está haciendo todos estos movimientos y aún así nunca la veo hacer nada. ¿Cómo sabes que el árbol no es trabajo de Xavier Ramier?

—El Sr. Ramier crea aparatos mecánicos impresionantes, pero éste no es su trabajo. Aunque ella haya embellecido su carrusel, estoy seguro de eso. Dudo que incluso un ingeniero del talento del Sr. Ramier pueda hacer que un grifo de madera respire. Ese árbol tiene raíces en la tierra, es un árbol viviente aún si no tenga hojas.

Adrien vuelve su atención una vez más hacia al esbozo, trazando las líneas del árbol con la punta de sus dedos.

—¿Hiciste un deseo? —pregunta Lila quedamente. Adrien cierra su cuaderno sin responder la pregunta.

—¿Ella todavía actúa en el cuarto de hora? —pregunta él, sacando un reloj de su bolsillo.

—Sí, pero... ¿vas a sentarte allí y mirar su show? —pregunta Lila—. Apenas hay lugar para veinte personas en su carpa, ella te notará. ¿No pensará que es extraño que estés allí?

—Ni siquiera me reconocerá —dice Adrien. El reloj desaparece de su mano—. Cuando sea que haya una nueva carpa, apreciaría si me lo hicieras saber.

Él se vuelve y se aleja, moviéndose tan rápidamente que la llama de la vela tiembla con el movimiento del aire.

—Te extraño —dice Lila mientras él se va, pero ese sentimiento es aplastado por el ruido de la cortina de cuentas cerrándose detrás de él.

Ella tira de la negra niebla de su velo de vuelta sobre su rostro.

Después de que el último de sus querellantes se va en las primeras horas de la mañana, Lila toma el juego de cartas Marsella* de su bolsillo. Siempre lo lleva con ella aunque tiene un juego separado para lecturas de circo, una versión hecha especialmente en blanco y negro y tonos de gris.

*El Tarot de Marsella (en francés Tarot de Marseille): Es la baraja de cartas del Tarot más conocida y de la cual derivan todas las posteriores. Se trata de un juego de 78 cartas, distribuidas en dos grupos: arcanos mayores y arcanos menores.

Del juego de Marsella saca una sola carta. Sabe cuál será antes de darle vuelta. El ángel adornado en el frente es sólo una confirmación de lo que ya sospecha.

No la devuelve al juego.

Le cirque des Rêves (Adrinette/Feligette)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora