C•A•P•I•T•U•L•O• 14

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Pasada la hora, Karen continuaba corriendo entre las marañas del bosque y los arboles resquebrajados de Condina

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Pasada la hora, Karen continuaba corriendo entre las marañas del bosque y los arboles resquebrajados de Condina. Aquel insecto emplumado que había denominado bajo el nombre de Ahuítzotl, graznaba o, en realidad, parecía graznar al tiempo que tomaba vuelo a su alrededor. Después de unos segundos en los que no encontró aire, Karen precisó apoyar el puño sobre uno de los árboles. Tosca y seca, aquella corteza fría y espeluznante le devolvió la ira con la que solía reaccionar la naturaleza cuando algo no le agradaba. Era un insulto bien pronunciado que, en Karen, tomaba forma de migraña.

Cuando toda esa aventura desventurada había comenzado, cuando Karen no resguardaba en su memoria ni la mitad de información que tenía ahora, cuando poseía intereses mucho más débiles e inocentes, las primeras impresiones para con la naturaleza le sorprendieron. Que los insectos le picaran sólo por gusto, que los animales escaparan de sus ojos apresurados y que los árboles se entorpecieran en su camino cuando intentaba escapar habían arremolinado en su interior cierto miedo del que ahora carecía completamente.

Y para empeorar aquella situación, la naturaleza no se presentaba como el único obstáculo en su vida, por excelencia. Estaban las malditas wiccanas con todo su sermón sobre la regla de tres, sobre las energías blancas como única opción y sobre la luna. Ahora también estaba la secta de los malditos conejos. ¡Perfecto!

Karen se rodeaba de magia siendo la mala; la traidora; la maliciosa humana que iba a por lo que quería sin pensar en las consecuencias de prácticamente nada. No le fastidiaba tanto ser considerada la villana. Era una posición incluso simpática, porque las reglas del mundo se reducían a las propias y manejaba la situación a su propio antojo.

Manipular el universo, las situaciones y los eventos con el poder de sus dedos, de su magia de bruja, era tan fascinante como tentador y adictivo. No podía parar y, a la vez, tampoco quería hacerlo.

Pero ahora, bajo aquellas circunstancias, debía dejar de ser la mala... O ser la mala a la vez que hacía las cosas bien. Una posición tan confusa como contraproducente.

Luego nadie le agradecería. Luego nadie tendría compasión de su alma. Todos enumerarían sus pecados por sobre sus logros, por sobre la bondad que habitaba su alma.

Pero era algo que debía hacer.

Karen era consciente de que no necesitaba llevar ningún pecado en la sangre para estar condenada. Danna Fisher era sólo la pequeña escama de un gigantesco reptil repleto de ellas. No representaba una situación lo suficientemente peculiar como para ser irreplicable. Al menos no para Karen en ese momento.

Ahuítzotl cantó. El tordo ya no volaba descontrolado, sino que se hallaba con las patas bien puestas sobre la huesuda extensión de un árbol.

Karen no contaba con la habilidad de comunicarse con los animales, lo que era una tortuosa pena, pero podía comprender, a medias, qué era lo que Ahuítzotl pretendía advertir en ciertas circunstancias. En ese momento el mensaje podría traducirse en un «debes continuar» y en un «toma una decisión».

DANNA • La chica de la casa embrujada ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora