C•A•P•I•T•U•L•O• 22

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Enredadas en el interminable recorrido que se habría entre el hierbal y los pozos del camino de tierra, el Mitsubishi de Lulú deslizaba sus ruedas con cierta dificultad

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Enredadas en el interminable recorrido que se habría entre el hierbal y los pozos del camino de tierra, el Mitsubishi de Lulú deslizaba sus ruedas con cierta dificultad. El silencio del auto se había transformado en uno espeso y cortante, y Lulú, repleta como estaba de ansiedad, de nervios y preguntas, no podía aguantar así un segundo más.

De encontrarse en otra situación ya mismo estaría caminando de un lado al otro, enlazando hechos de su pasado con los que acababa de ver, soltando insultos a lo bajo por su falta de intelecto para resolver problemas y escabulléndose en páginas de internet y libros acerca de lo paranormal. Y en cambio allí estaba, enfrascada en un camino cada vez complicado de recorrer, acompañada por tripulantes llamativos y excéntricos que, honestamente, no harían más que complicarle la tarea.

Acomodada en el asiento trasero de Jorgito, Danna observaba en silencio el rostro de Mia, y recuerdos leves pero presentes destellaban en su mente. La conocía o, al menos, la conocía como podría conocer a cualquier otra persona en el pueblo; la había visto alguna vez, en alguna parte. Y claro, jamás habían hablado.

—Siempre pensé que estabas maldita —expresó Lulú de pronto. Danna alzó una ceja. Después de lo que habían visto, le sorprendió que el primer comentario se relacionara con su maldición y no con su evidente capacidad de ver fantasmas—. Pero cuando todos se apartaban de ti porque se les iba a pegar la cosa, no pensé que fuese en serio.

Lulú realizaba un gran esfuerzo por mantener la vista en el camino y observar a Danna a través del espejo retrovisor. Estaba nerviosa y su estrés se palpaba en el aire. Danna reconocía aquella actitud porque era muy similar a la que solía tener su madre cuando se preocupaba.

—¿Crees que por mí culpa pasó lo que pasó? —replicó Danna, sin el menor dejo de ofensa. En realidad, estaba muy tranquila. En parte porque comprobó que Karen continuaba allí y, en parte porque descubrió, gustosa, que tenía bastante razón en aquello que le palpitaba la lengua... ¿cómo se decía? ¿intuición?

—Bueno —Lulú de encogió de hombros—. A mí nunca me pasaron cosas así. Está claro que la cosa oscura proviene de ti. No te culpo, todos ustedes son algo... Góticos.

—Yo no atraigo fantasmas —protestó Danna—. No atraigo fantasmas ni puedo otorgarle a alguien la capacidad de hacerlo. No obsequio dones. No es un superponer.

—Pues a mí jamás me pasaron estas cosas antes —replicó Lulú, alzando la nariz—. Y ya me habían advertido sobre mirarte.

—¿Mirarme?

—Sí. «Mira a Danna Fisher a los ojos y se pegará la cosa». ¿Cómo se dice...? —insistió Lulú.

—Pues estás fumada —Danna negó con la cabeza como si no pudiera creer lo que estaba escuchando— Ver fantasmas no es algo que pasa una sola vez. Si puedes hacerlo ahora, pudiste hacerlo otras veces en el pasado y quizás no lo notaste.

DANNA • La chica de la casa embrujada ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora