C•A•P•I•T•U•L•O• 41

24 6 0
                                    

Lulú no dijo más nada

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Lulú no dijo más nada. Su mente, en cambio, maquinó todos los posibles futuros que pudieran resolverse. La salida más rápida. El golpe más efectivo. La estrategia de huida más funcional.

Si debía golpear a Danna, de seguro aquel paraguas colgado en el perchero, a un lado de la chimenea, le sería útil. Pero el golpe debería ser fuerte, contundente y ubicarse justo en la parte trasera de su cabeza. La nuca.

A juzgar bien el material del paraguas, necesitaría dar tres golpes, mínimo.

Si debían enfrentarse en una lucha cuerpo a cuerpo, Lulú contaba con un par de centímetros extra, así que se asumía con ventaja. Además, tenía más cuerpo y estaba segura de que solo por eso contaba con más fuerza. Danna era apenas un hilo de huesos, desde su perspectiva: una muchacha que no había comido sus vegetales de niña. Derribarla sería fácil.

Pero si tenía que salir de allí, estaba perdida.

Lulú volvió a mirar al cuervo: el verdadero problema, el núcleo sobre el que orbitaban todos los electrones. Interrogar al animal representaba el verdadero conflicto. Hasta donde sabía, Lulú no contaba con esa habilidad, de modo que hallar la salida sería bastante difícil si Danna no cooperaba.

O Danna. O Karen Navarro. Tal vez una Karen Navarro con el aspecto de Danna. Tal vez una Danna con la psicosis resultante de una privación sensorial.

—Sé que esto puede resultar confuso —comenzó a hablar Danna, o sea, Karen.

Lulú no le apartó la vista un segundo. Sutilmente palpaba en el bolsillo de su chaqueta aquel instrumento místico que Anna había dicho que utilizara en momentos críticos. Ese era un momento crítico. Es decir, se encontraba encerrada en una cueva de cuatro paredes junto a una muchacha que decía ser alguien que estaba muerta.

Vaya situación.

Lulú volvió a repasar todas sus opciones.

—Confuso es poco —zanjó.

O esa era Karen o Danna estaba loca.

Lulú se lo pensó y notó, de nuevo, que estaba dentro de una habitación que había cobrado existencia de la nada, a partir de motas marrones en el aire, y de una caída al vacío. Que Danna fuera Karen era lo menos increíble de la situación, a juzgar la inmensa cantidad de películas de terror.

Karen le ofreció un vaso de agua y Lulú lo aceptó porque pensó que no hacerlo sería peor. No estaba sedienta, no podía pensar en sus necesidades básicas cuando la más vital se encontraba en peligro: la vida, nada más y nada menos.

El rostro de Danna no reflejaba esos ojos tétricos y asesinos. Aquella era otra mirada; la de Karen Navarro. Fría y tajante, pero no con el objetivo de repeler, sino con el de analizar. Lulú se sentía estudiada, tal como en sus momentos de amistad con Karen.

—Necesito que me escuches. No tengo mucho tiempo —dijo—. Resulta que la mortalidad te imposibilita muchos deberes.

Lulú no se atrevió a decir nada. Siguió con los ojos la figura de Danna, que ahora tomaba asiento en el pequeño sofá individual mientras bebía agua; sus movimientos eran tan serenos que espantaban. De pronto, su ceño se frunció y ladeó la cabeza, como si algo doliera o, en su defecto, no encajara. Como desde un principio se había dejado claro que el cuerpo de Danna no transmitía información sensorial, Lulú dedujo que se trataba de lo segundo.

DANNA • La chica de la casa embrujada ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora