Cuando Anna se apeó del auto para ingresar al Instituto Morgan, quedó algo tumbada ante la grotesca imagen de la estructura del siglo diecinueve. Era imperante, episcopal, ostentosa y desprendía a su alrededor toda la desfachatez que podía un colegio de prestigio y élite absorto en el medio de la nada.
Los gabletes que afloraban en el exterior, decorando la estructura, se encontraban cubiertos por la presencia de zanates. En los pináculos, en cambio, las gárgolas observaban a los terrenales desde la altura. La imagen habría sido demasiado tosca de encontrarse ese día lloviendo, pues de la boca de cada gárgola se exponía un desagüe, así que habrían de vomitar agua sucia cuando las tormentas arrasaran la piedra.
Pero ese día no llovía ni pretendía llover, al parecer.
Incluso la forma que tomaba el cielo allí se antojaba diferente. Las nubes parecían ubicarse sobre el edificio como danzando, alabando la presencia de Morgan y opacando el color del cielo solo para ella.
Danna necesitó tocarle un hombro a su tía para asegurarle que no estaba soñando, y con un simple gesto la invitó a entrar.
El arco apuntado que decoraba la puerta contaba con dos hojas, ya abiertas, por las que te hacías con la bóveda principal que encaminaba a los estudiantes a cada salón. A lo lejos, la brillante luz de la madrugada ingresaba con potencia por el patio central. Las vidrieras se extendían hasta lo más alto de los muros y se combinaba perfectamente con los nervios que se entrelazaban en el techo y ovalaban la estructura hacia arriba.
Estar dentro de Morgan era como estar dentro de un organismo entero, vivo, palpitante, respirando. Incluso el ambiente emanaba un silencio anormal, como si el exterior no existiese y esa fuera otra dimensión diferente. El aire se espesaba y los olores del mundo desaparecían. Anna procuró no hacer tan notoria su sorpresa y su... espanto.
Estaba muy espantada.
Los autos aparcados en el estacionamiento hablaban por sí solos. ¿Por qué un simple adolescente necesitaría tantos lujos para ir a partirse la cabeza en una escuela por ocho horas? Esa era una idea ridícula. ¿Por qué David había insistido tanto en llevar allí a sus hijos?
Demian le había comentado sobre la odiosa escuela ostentosa a la que había ido durante su adolescencia. Él resaltaba lo incómodo y tedioso que era moverse en el pasillo sin que nadie le clavase los ojos en la espalda.
Era «Demian Fisher» y daba «miedo».
Y en efecto, la mirada del muchacho, su silencio y su presencia, daban miedo. No existía aspecto en Demian que te permitiera sostenerle la mirada, pedirle un favor o mirarle a la cara. Aquello se combinaba con el ya consabido maleficio que afectaba a los Fisher. Muchos frotaban la cruz que les colgaba del cuello cuando pasaban junto a él.
Por su lado, Danna era una lectora muy pronunciada, una rata de biblioteca que vivía sumergida en los libros y, cuando no, vivía sumergida en su propio mundo. Así que, desde esa perspectiva, ella podía entender muy bien que Anna se sentía como en Hogwarts y que la curiosidad de sus ojos eran fruto de la casa de Ravenclaw. No la culpaba, porque un Ravenclaw no culpa a otro Ravenclaw por sentir curiosidad y fascinación. El hecho era que Morgan era maravillosa y los sentimientos que generaba eran diversos y confusos.
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DANNA • La chica de la casa embrujada ©
ParanormalLa niña rica del pueblo desaparece una noche, mas en la superficie de un río se reconoce su cuerpo, danzando moribundo entre el oleaje. Desde que nació Danna Fisher escucha que su sangre está maldita, y esa maldición, entre otras cosas, dota a s...