La niña rica del pueblo desaparece una noche, mas en la superficie de un río se reconoce su cuerpo, danzando moribundo entre el oleaje.
Desde que nació Danna Fisher escucha que su sangre está maldita, y esa maldición, entre otras cosas, dota a s...
Para nada me asusta el peligro, pero sí la consecuencia última: el terror — Edgar Allan Poe
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—Alguien está por morir —murmuró Lulú, observando las pequeñas gotas de lluvia golpear el cristal de la ventana.
Cercana a su figura, Nona alzó los ojos. Aquella anciana con alzhéimer no reconocía mucho más que la voz de su querida nieta. Con prominentes rulos decorándole el torso, Lulú le daba la espalda. Tenía el codo sobre la mesa y la barbilla sobre la palma de la mano, y estaba prendidísima al distópico escenario que se calcinaba en el exterior. Nubes negras, zanates volando en todas direcciones, ventisca helada y truenos.
El segundo piso de Bella Dama entregaba una vista estupenda al bosque del sur. Pero era precisamente del otro lado, observando el sitio exacto en donde el sol aparecía por las mañanas; en el este, donde comenzaban a gestarse siempre las tormentas. Con frecuencia, un rayo partía la tierra y amenazaba con cortar la electricidad del pueblo. Entonces nadie podría usar el internet o bajar al sótano o, mejor, meterse en las criptas de la escuela. Pero era siempre en el este del pueblo; en el bosque frío que se plantaba allí como un maleficio, que caían los rayos. El cielo no parecía interesarse por tocar ningún otro lugar en la tierra.
—¿Qué dices, Lucrecia? —inquirió Nona.
Lulú relamió la comisura de sus labios. Jamás comprendía de dónde provenían aquellas corazonadas que portaban un peso muy significante y una presencia de la cual le era difícil escapar. Era un ardor en el pecho y un cosquilleo en el estómago lo que precedían a la percepción. Más tarde declaraba en voz alta aquello que sentía y casi siempre sin quererlo.
Por fortuna, el único testigo de su desquicio psíquico allí era Nona, quien también padecía de un poco de esa locura.
¿Qué más daba lo que dijera? Nona, como siempre, lo olvidaría eventualmente.
—Alguien morirá —respondió entonces y, más tarde, murmuró: —. Y le queda poco tiempo.